Diario de León

Antonio Manilla

Pelotazos de ayer y hoy

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Los hombres, al menos por la zona occidental del mundo, tenemos bastante arraigada la costumbre de edificar sobre las ruinas de lo anterior. No es que no haya espacio, que ya nos dejó dicho Fray Gerundio que, por terrenos, hasta Campazas podría ser Nueva York, sino que unas ocasiones es por oportunidad y otras por continuismo, por aprovechar ese halo de prestigio que a lo nuevo le otorga vestir cimientos viejos. En el aparcamiento de San Pedro, junto a la catedral, por no ir más lejos, se suceden estratos de época romana y medieval: encima de unas termas se edificó un palacio y sobre este una iglesia y luego la catedral. El centro más ventilado de León —ya saben que según la leyenda Puerta Obispo se tiró porque creaba corrientes de aire vía Principalis abajo, hoy calle Ancha— y sin pagar un denario por el traspaso ni mucho menos por el solar. Para pelotazos, los de antaño.

En las ciudades con historia, casi cualquier excavación arqueológica delata la existencia de varias capas de barro y huesos, piedras, tejas y esperanzas enterradas o idas por el implacable sumidero de la historia. Así que otras veces, quien sabe si por respetar esos sueños de nuestros tatarabuelos, ocurre al revés. «Por no derribar el estadio Reino de León», que tampoco era tan viejo, hubo quien propuso llevar allí el Conservatorio de Música. Es otro tipo de estrategia, más respetuosa con el medio ambiente y la sostenibilidad, muy en la línea de la sensibilidad de la agenda 2030 —pronúnciese como «carabina 30 30, que los rebeldes portaban»—, que lo mismo vale para imponer a los coches velocidad de tractor que para pintarrajear de arriba abajo una calle mayor y adornarla con cámaras que emiten multas. Esa agenda 2030 —que debe de ser la única cosa dictada por Naciones Unidas a la que se le ha hecho algún caso en las últimas décadas— tiene como primero de sus diecisiete objetivos este: «poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo». Ahí estamos, quemando etapas, que es un plan «integral».

Para no terminar recordando que el conservatorio continúa donde siempre, le propongo una sonrisa futura: imagine la cara del arqueólogo que dentro de mil años, si no nos despoblamos antes, trabaje sobre Ordoño II, las hipótesis demenciadas con las que tendrá que tratar de explicar que se construyera una y otra vez sobre obra nueva.

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