Diario de León

Antonio Manilla

Peritos en lunas

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El pormenor, el pequeño detalle, la leve brisa de una mirada que se cruza un momento con la nuestra durante un paseo. Normalmente, todas esas cosas nos pasan desapercibidas: estamos a lo nuestro, la supervivencia en la selva competitiva, acaso con la mirada perdida en una red social mientras a nuestro lado se manifiesta el latido de la vida real. Es algo sistémico. También como sociedad, prestamos atención a lo que puede sernos útil, aprendemos para precaver, qué es la ciencia sino un conjunto de conocimientos productivos orientados hacia la conservación de la especie. Y está bien que así sea, porque proyectamos hacia adelante, pero sin olvidar que la sabiduría que atribuimos a los ancianos acaso provenga nada más de que ellos observan, tienen entre sus quehaceres atender a los detalles, aplicando a lo general una política de microscopio y cuentagotas sobre lo que en apariencia importa poco. Ese tipo de sabiduría. La misma que estuvo en los orígenes para enseñarnos qué planta es comestible y cuál venenosa, los signos de la lluvia y el modo de conservar el fuego, la curiosidad suficiente para responder a las preguntas de los cachorros de persona.

Ahora que todo hace pensar que vamos hacia un mundo sin tantos viajeros, encerrado en sí mismo, un mundo de aldea y confianza en la propia tribu, igual tenemos la oportunidad de conseguir que nuestra mirada se vuelva hacia lo próximo tan lejano, ocuparnos de cuestiones sin utilitarismo inmediato, atender a asuntos sin beneficio aparente. Enfocar a la corta sobre todo ese universo inatendido para el que no encontramos tiempo habitualmente, hacia los bienes sin provecho contable, que no cotizan en el albarán de nuestro banco, pero de las que en muchas ocasiones proceden nuestros mejores momentos y satisfacciones. Ese tipo de cosas que no se valoran sino cuando se las echa de menos, porque a menudo son invisibles, pero dan enormes réditos: la amistad, los afectos, los sentimientos. Invisibles igual que la luz y el aire que respiramos.

Qué curiosa es esta humanidad nuestra. Somos capaces de medir la potencia de un huracán, pero quién lleva registro de la felicidad de las tardes junto al mar, la densidad de la sombra en el corazón de los hayedos o la fragancia de un huerto de manzanos durante las interminables noches de verano. Hay teóricos de lo cuántico, que tampoco es que se vea, y nos faltan peritos en lunas.

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