Diario de León

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¿Observa usted que ha mermado el número de pintadas en las paredes de las calles por las que transita? Las pintadas, ese articulismo urgente y de barrio, hay quien temía que las redes sociales lo matasen, pero no, porque su público natural no son los lejanos desconocidos sino el vecindario. La pintada es la heredera de la hoja parroquial y el muro de Facebook no le hace competencia. Más próxima al grito que a la opinión, lo mismo nos informa sobre los tejemanejes de un alcalde que sobre los hábitos sexuales de la ex pareja de alguien. Embellecer no embellecen el paseo cotidiano ni la cara de la ciudad, pero, cuando no son la firma idiota que un adolescente reiterativo y autista se empecina en poner hasta en el último hueco de la marquesina donde espera el autobús, a veces son el contenedor de un mensaje apremiante. Un aullido callado que pugna por hacerse oír.

La pintada o grafiti ya estaba en los muros encalados del antiguo imperio romano. Las calles de la Pompeya disecada por el Vesubio nos ofrecen muestras de ese expresionismo a pie de calle que ni las tuiteradas habituales son capaces de superar. Votad a Albucio, Lais la chupa por dos ases, el mejor vino caliente lo ponen en Casa de Sidoro. Junto a estos mensajes algo primarios o interesados, había otros más candorosos y profundos: «todo enamorado es un soldado»; «si alguien no cree en Venus, debería mirar a mi novia»; «un pequeño problema se hace grande si se ignora». El pedestre pensamiento de los grafitos de cuando en cuando también deja en nuestras aceras muestras de su optimismo vital y a prueba de bombas. Seguro que han visto alguno de estos dos: «Todavía creo en los finales felices» y «De derrota en derrota hasta la victoria final». Pequeña filosofía doméstica, aunque ambos tienen derechos de autor. El más contundente que recuerdo ahora estaba en Navatejera y sí era original. Sólo dos palabras: «Lázaro, panzón». Creo que allí sigue.

Memes, tuits y mensajes de texto violan el espacio aéreo de las fronteras nacionales amplificando su público potencial hasta la ecúmene de las redes. Algunos alcanzan su audiencia, pero la inmensa mayoría se diluyen en el sopicaldo de un océano de información inabarcable. Las humildes y cercanas pintadas, ese articulismo de proximidad, cuyo fervor en absoluto parece haber decaído, pese a la crisis primisecular de la prensa, siguen tan vivas como siempre.

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