Diario de León

Antonio Manilla

Sentires postvíricos

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Después de la Gran Guerra de 1914, cambiaron las explicaciones sobre el mundo. Incluso las formas de gobierno: de las tres repúblicas que había a los comienzos de la contienda, el número se elevó hasta nada menos que trece solo cuatro años después. Las estructuras decimonónicas fueron barridas de la faz de la tierra en aquel primer gran conflicto más o menos global que dejó un reguero de cadáveres por Europa, unos diez millones de muertos. Cuatro millones más, al menos, pueden atribuirse a la revolución rusa culminada un año antes. Una mortandad como aquella, afortunadamente, está muy lejos de la que va a provocar la Covid-19. Tampoco podrá compararse a la de las grandes plagas históricas. Sin embargo, aunque la pandemia del siglo XXI todavía no sabemos si modificará las explicaciones sobre nuestro mundo, seguramente sí transformará los modos de sentirlo.

El mundo que saldrá de esta plaga que estamos viviendo, al menos en un principio, será un mundo en que los sentidos van a perder protagonismo y probablemente lo ganen las palabras. La forma de sentir nuestro alrededor en una primera instancia prescindirá del tacto, el abrazo y el husmo, del calor de las manos e incluso de la cercanía de ese aliento que susurra dulces sonrojos a un palmo de nosotros. La vista y la voz cobrarán importancia: las palabras y las telecomunicaciones, las charlas a distancia, por datos interpuestos, como ya venían haciéndolo en las redes. ¿Merecerá esa existencia ser vivida? Aunque la vida sea el primer valor, ¿seremos capaces de acostumbrarnos a tantas negaciones? Habrá que redefinir la intimidad, la amistad, los saludos, reducir la calidez e interacción social. Mediremos nuestros besos como se miden los pasos cuando se camina sobre un campo de minas. La piel conocerá la soledad.

La capacidad de adaptación de la raza humana es inmensa, hemos logrado amoldarnos a cualquier clima, por extremo que fuera, a todas las geografías, hemos sobrevivido a meteoritos borrachos y cataclismos nucleares. Venceremos a la pandemia. Honraremos como es debido a nuestros muertos, llorando sus ausencias. Conseguiremos superar también las limitaciones surgidas de este trauma: un día, dejaremos de toser en la sangradura. Con vacuna o sin ella, lograremos ser inmunes al miedo y poco a poco remitirá la desconfianza, vencida por ese calor humano que es imprescindible para que la vida merezca la pena ser vivida. Volveremos a nuestros sentires y a habitar un mundo de afectos compartidos.

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