Diario de León

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Son tiempos de grandes cambios. Siempre lo han sido, pero no siempre se ha asistido a la muerte de costumbres seculares, al funeral de cosas que estaban entre nosotros desde hace centurias, acompañándonos en nuestros laboreos, haciéndonos la vida más sencilla o la muerte más leve. Nuestros abuelos, por ejemplo, vieron nacer las fábricas de luz y abandonaron las velas y los carburos, mientras que nuestros padres dejaron el arado por el tractor y recibieron al automóvil, la televisión, el cine. La historia seguramente contará que nuestra generación fue la de internet, el mundo interconectado, la existencia en red. Y esa apreciación, dictada con el trazo grueso de los grandes titulares, pasará por cierta. Pero los habitantes del futuro ignorarán, igual que con las segadoras se perdió el arte de cabruñar la guadaña, la que acaso sea la estupefacción mayor de quienes estamos viviendo esa transición: la lenta pero continuada desaparición de los documentos.

Siglos de organizar la vida y el trabajo a través del papel están llegando a su fin: en breve la máquina se convertirá en el eje vertebrador de la sociedad y del individuo. Se salvarán quizá algunas masas arbóreas con la implantación definitiva de lo digital, el salto al dinero en espíritu, las ediciones de tinta líquida y el buzoneo a través de «pop-ups». Hasta la tarjeta identificativa irá en el móvil y ya se está hablando de implantes corporales —los famosos microchips que nos iban a inyectar con las vacunas según los conspiranoicos— que resultarán factibles en un futuro no muy lejano. No es ciencia ficción, sino algo porvenir, a la vuelta de la esquina, con lo que tendrán que lidiar nuestros hijos sin ninguna duda. Aunque no sea dentro de nuestras carnes, ya llevamos en la mano permanentemente la tecnología que ha de permitirlo.

No será un gran salto. Fallaron las gafas-ordenador, pero, con una vuelta de diseño y algún plus de comodidad añadido, se aceptará más pronto que tarde que no sean nuestros sentidos y nuestra inteligencia los que nos conecten con la realidad, sino que se nos sirva una «realidad aumentada» por la cibernética. Con la mentira de salvar los bosques —la inmensa mayoría de la pulpa de papel se obtiene de árboles plantados para su explotación, no se agrede a la naturaleza salvaje— han logrado que los documentos estén mal vistos. Y ya han empezado las tortas para estar a los mandos del mundo virtual.

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