Diario de León

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A un náufrago recién rescatado de una isla no le pidas escoger entre una ensalada y una parrillada. Aunque sea vegetariano, se tira a las chuletas sin cuchillo ni tenedor. No es él, es su cuerpo que aúlla por proteínas, gime por unas gotas de grasa, reverencia a través de todos sus poros a su creador por haber hecho que los animales de carne suelan tener cuatro patas en vez de dos. A esa persona que se ha habituado al frescor de las frutas y al puntito de tierra de las verduras, llegando a probar el pescado crudo y a diferenciar el sabor del agua de diferentes fuentes, le ocurriría lo mismo con su bebida dañina preferida. Igual pasa varios meses hidratando su maltrecho físico únicamente a base de copazos. ¿A alguien le extrañaría que, habiéndose bañado durante meses en la mar salada, no quisiera ver la sal ni en pintura?

Lo mismo ocurre, me parece a mí, con muchas otras cosas. Siglos de representación en el arte trajeron la abstracción, la melodía el dodecafonismo, la selva los jardines franceses. Son respuestas de reacción, instintivas, que nos salen del fondo del alma o de ese interior que se declara en rebeldía ante cualquier larga dictadura, aunque no sea gastronómica. Lo reaccionario, creo yo, tiene una mala fama que es bastante inmerecida. Es una fama fomentada por un exceso de confianza en lo racional del hombre. En ese falso prestigio que cada día vemos negado en las páginas de los periódicos uno diría que hasta con saña por los encargados de gobernarnos.

Y resulta curioso, porque durante la infancia se alaba la sincera mente de los niños y sus respuestas espontáneas. Luego, al socializarnos, dejamos de confiar en esa franqueza, se nos vuelve sospechosa, la ponemos entre algodones hasta obtener el beneplácito de la razón. Y está bien, en buena parte la educación consiste en no decir lo primero que se nos ocurre, hablar del tiempo en el ascensor y tildar como interesantes cosas horrorosas. Nos hemos investido de cultura, que es ese sobretodo que cubre, adorna y oculta a la vez, esa sinceridad reaccionaria con que vinimos al mundo. Pero no siempre es bueno ahogar esa espontaneidad instintiva: si está en un tris de posar el pie junto a un reptil, no se pare a elucidar si es víbora o inocente culebra. Deje que su cerebro reaccione por la razón de usted.

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