Diario de León

Antonio Manilla

El tren del hidrógeno verde

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La Revolución industrial comenzó en Inglaterra en el siglo XVIII, pero, como todos sabemos, a nuestro país no llegó hasta casi un par de siglos después. Dos elementos claves fueron los avances químicos que despoblaron el campo al hacer menos trabajosas las labores agrícolas y la producción con nuevas fuentes de energía. Antes de la industrialización, la energía era prioritariamente mecánica: la generada por corrientes de agua, molinos de viento, animales y las propias personas. La ciencia de los motores, primero de vapor y posteriormente de combustión interna, cambiaría ese panorama. Hoy en día, si añadimos el empleo de las placas solares —otra electricidad dependiente del accidente geográfico—, tenemos el kit completo de la política verde y progresista, que rechaza las nucleares y los derivados del petróleo. Como que no quiere la cosa —simplemente lo constatamos— estamos volviendo a modelos energéticos de época preindustrial.

Al menos en los países económicamente más avanzados y concienciados con la preservación del medio ambiente, los combustibles con huella de carbono y la generación de energía sucia desde el punto de vista atmosférico están en franco retroceso. Palas o aerogeneradores, plantaciones de paneles solares, turbinas de agua y, en último término, centrales nucleares, componen el arsenal básico de tecnologías para abastecer a las naciones desarrolladas. Se trata de una demanda que va a continuar creciendo, ante las expectativas de un futuro sin combustibles fósiles y coches con batería, con el objeto de combatir el cambio climático. Por supuesto, a ese arsenal han de incorporarse una o varias de las alternativas que la ciencia está investigando. La más cercana seguramente sea el hidrógeno verde, el uso del hidrógeno como energía, pero a partir de una obtención sostenible: la electrolisis del agua producida a partir de fuentes limpias, no contaminantes. Actualmente, casi la totalidad del hidrógeno elaborado en el mundo desgraciadamente es hidrógeno gris, que emite ingentes cantidades de anhídrido carbónico a la atmósfera —al gas natural le ocurre lo mismo, pero con el metano—.

España no posee grandes reservas de gas, pero la provincia con más kilómetros de ríos del país es la perfecta candidata para la transformación y el depósito del hidrógeno verde. Se ha hablado de La Robla porque se desmontó la central térmica y no debería quedarse ahí el impulso: todavía hay tiempo hasta que se den las innovaciones necesarias que lo hagan realmente rentable. Es un tren que León no puede perder.

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