Diario de León

Antonio Manilla

La vida entrepandemias

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España y todos los españoles nacidos después de 1939, que somos la mayoría, vivimos uno de los más dilatados períodos de entreguerras de la historia de nuestra tierra. Siempre es mejor vivir entre guerras que entre paces, porque esto último supone haber padecido una contienda en carnes propias y vecinas. Algo semejante podría decirse respecto a las pandemias, puesto que ya comenzamos a sospechar que no van a ser precisamente una tormenta de verano sobre los cielos de la historia venidera. Nuevas generaciones de virus acechan: ya estarán comenzando a cocer sus mutaciones en un oscuro dormidero de murciélagos en las profundidades de una cueva o en los desagües de otro mercado asiático.

Pospandémicos todos —aunque todavía falte, con eso ya podemos contar—, barajamos en nuestra memoria recuerdos de cuando no solo París, sino el mundo entero, era una fiesta. Con ellos hemos ido tirando durante estos meses que terminarán algún día, aunque nos hayan renovado gratis el abono del confinamiento leve sin necesidad de cambiar de compañía. Atrincherados entre las cuatro paredes de nuestra memoria, la imaginación, que es una habitación con vistas, nos ha insuflado aliento para sobrevivir a las carencias del encierro. Todos hemos planeado lo que vamos a hacer con el premio de recuperar la verdadera normalidad, como si nos fuera a tocar el Gordo. Y, aunque vaya a tardar la regularidad aérea, algunos sueñan ya con viajes a los rincones más recónditos del planeta, buscando la aventura, incluso ahora que la aventura vive entre nosotros.

Mientras tanto, hasta que eso llegue algún día, nos seguiremos apañando con las ensoñaciones, el hidrogel y las mascarillas. Con las miradas atrás hacia un pasado cercano en que estaba permitido respirar sin filtros, reunirse bajo techo, cruzar sin papeles las aduanas de provincias y cuerpos. Al mirar por ese retrovisor del recuerdo, qué distintos, nos decimos, los años veinte de los dos siglos en los que casi todos hemos vivido. Mientras a unos se los tildó de felices, a nuestra década —¿recuerdan un anuncio del remoto y olvidable año pasado que, para promocionar el venidero 5G, empleaba el utillaje de aquellos tiempos de fox-trot y chinchines de champán?— bien podría denominársela ya como la década vírica. En el calendario chino, 2019 fue el año del cerdo y 2020 el de la rata. 2021 es el año del toro. Esperemos que sea manso y que no embista.

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