Diario de León

Arturo Pereira

La sal de la vida y otros aderezos

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Creo poder afirmar con ciertos visos de certeza que G.K. Chesterton fue uno de los escritores que más en profundidad trató de entender y explicar la vida humana. Personaje de una cabeza grande en todos los sentidos, su incisivo ingenio unido a una delicada ironía hacen que sus escritos nos transporten al mundo del conocimiento y divertimento simultáneamente.

Fue un hombre complejo, a veces contradictorio como todas las personas inteligentes, pero su marcado discurso se centra en poner en valor a los seres humanos. Odiaba, porque aunque nacido en Londres era apasionado y vehemente frente los extremismos y dogmatismos, digo que odiaba a los intolerantes.

Escribió una serie de ensayos bajo el título de La sal de la vida en la que cuenta, porque era un cuentista fabuloso, las más variadas vicisitudes. Algún autor afirma que narrar como él lo hacía solo estaba al alcance de Borges, otro genio, sin duda, y es que lo mismo ambos nos hablan de literatura clásica como de un cuento infantil.

La sal de la vida se centra precisamente en evidenciar que la vida está llena de acicates para el alma a modo de punzones que pudieran estimularnos a disfrutar de ella a pesar de todas las contingencias negativas que sufrimos diariamente. Chesterton es conocido por no dejarse nada en el tintero y por ello no rehúye lo negativo, lo desagradable en su obra. También lo menos favorecedor tiene su espacio en un intento de ser práctico y claro en sus teorías.

Nos cuenta la historia de un pistolero al sueldo de Al Capone que escribió sus memorias y fue estafado por su editor, o como él mismo fue nombrado policía de la parroquia de Beaconsfield en el pueblecito en el que tenía su casita de campo sin que él lo supiera. Tras estas dos historias, entre otras, lo que subyace es la idea de lo contradictoria y sorpresiva que es la vida. ¿Cómo puede alguien ser nombrado policía sin que el interesado lo sepa? Bien, pues parece ser que era una tradición en Inglaterra que las parroquias nombraran a hombres buenos policías y salvo recusación quedaban nombrados bajo la obligación de ejercer como tales, sin preguntarles a los destinatarios de tal evento. Claro que no tenían sueldo, ni uniforme, y sus funciones estaban muy reglamentadas para el mantenimiento del orden público.

Una vez repuesto del susto de ver su nombramiento expuesto en la puerta de la iglesia, Chesterton hace un alegato en favor de la autogestión de los gobiernos locales, de cuando todo era más inocente, sin esperar contraprestaciones por el servicio público. No le falta razón aunque eran otros tiempos.

Tiempos en los que cabía la sorpresa ingenua y cómica, cosa que hoy hemos perdido, todo está mediatizado en un intento de prever el próximo movimiento. Esto hace la vida mucho más rutinaria y aburrida cosa que debemos combatir. Al igual que nuestro autor, debemos mirar a la vida con una gran dosis de ironía, con cierto distanciamiento fruto de un relativismo de lo cotidiano porque nuestras capacidades son limitadas y llegamos hasta donde llegamos. Es una actitud inteligente domar las pasiones que conducen a la intransigencia porque no hay nada seguro bajo el sol, la vida no para de dar vueltas, sino que se lo digan a él que se convirtió al Catolicismo tras militar en el Anglicanismo.

La vida está llena de sal y es nuestra obligación, por propio interés, aderezarla con todas las especies que sean posibles desde la inteligencia y el sentido del humor, dos antídotos ante muchos de los males que a todos nos afligen. Que este año que comienza nos permita ser un poco más sabios y felices a todos.

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