Diario de León

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Tiempo antes de morir, Gabriel García Márquez olvidó que había escrito Cien años de soledad . Leía la primera página de su novela, aquellos renglones que hablaban del día en que el coronel Aureliano Buendía, frente al pelotón de fusilamiento, se había acordado de la tarde remota en la que su padre le había llevado a conocer el hielo, y no recordaba haberlo escrito.

¿De dónde salió todo esto?, se preguntaba el Premio Nobel colombiano. ¿De qué cabeza emergió Macondo, la aldea de veinte casas de barro y cañabrava levantada a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaba por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos? ¿Quién había escrito que el mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo? ¿Y quién era él? ¿Cuál era su nombre? ¿Quién era esa mujer que le miraba y esos hombres? ¿Acaso su esposa y sus hijos?

Tiempo antes de morir, Gabriel García Márquez releía las historias que había escrito y se asombraba. Leía las primeras líneas de Crónica de una muerte anuncia da y no se acordaba de que el día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se había levantado a las cinco y media de la mañana para esperar al buque en el que llegaba el obispo. Abría un volumen de El amor en los tiempos del cólera y el olor de las almendras amargas que desprendían sus páginas no le recordaba en absoluto a los amores contrariados. De hecho, había olvidado qué es el amor.

Gabriel García Márquez murió un Jueves Santo de 2014 y ahora su hijo, el cineasta Rodrigo García, ha querido escribir un libro para decirle adiós a su padre y a su madre. Gabo y Mercedes; una despedida , rememora, ha dicho algún periodista, «los últimos días sin recuerdos» del escritor. En Jueves Santo también amaneció muerta Úrsula Iguarán, la matriarca de Cien años de soledad, y una bandada de aves se estrelló contra las paredes de su casa. Y el día en que murió García Márquez, un pájaro desorientado chocó contra una ventana de su casa y se desplomó sobre el sillón favorito del difunto, que por olvidar también había olvidado quién había sido el creador del realismo mágico. Qué eran las almendras. Por qué tenían un sabor tan amargo.

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