Diario de León

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Son las tres de la tarde y las locutoras hablan en la televisión de los cometas que rozan la Tierra cada diez mil años. Delante de su almacén de coloniales, el comerciante Emilio Silva observa a dos criaturas que juegan a descargarse oro en los ojos.

A las tres en punto de la tarde, ni un minuto antes, la hija del sastre y el hijo del panadero se deslumbran el uno al otro en Villafranca del Bierzo, un pueblo que no aparece en las esferas del mundo, mientras los astros se atolondran en la oscuridad, y se oye el canto de las abejas que van camino de los colmenares, y el humo de los cigarros de los fumadores en la alameda se enreda en las ramas de los árboles.

Los verdugos dejan de comer tocino y a las fuentes se les seca la boca. El día tiene el color de las uvas viejas y al final del verano fusilan al alcalde, Antonio Gabelas. Será mejor que te calles, dicen los pensamientos que ya no existen.

Los caciques se lavan las manos. Las mujeres no están preparadas para la inquietud y los amantes tampoco saben cómo encajarlo. El sastre termina de hilvanar un traje, a las tres de la tarde. Pero nadie irá a recogerlo. Antonio Abella, vecino de Paradaseca, muere en Mauthausen, quizás a las tres de la tarde, en abril del 41. Y José Mestre desaparece el primero de febrero del 42, la hora es otro misterio, en el campo de exterminio de Gusen.

Será mejor que te calles, dicen los inviernos y los veranos que ya no existen. Hasta que el nieto de Emilio Silva, el dueño del almacén de coloniales La Preferida, encuentra la fosa de su abuelo en una cuneta a la entrada del pueblo de Priaranza. A las tres de la tarde se acaba el siglo XX y comienza el XXI. Antonio Pereira descubre que el pudor es un meteoro. Y la hija del sastre se inclina sobre la máquina de coser. La noche se llena de lámparas.

Se acerca otro verano, otro aniversario del golpe de estado de Caín. El alzamiento lo llamaron. Y vuelven a blanquearlo, como si quitándole el color lo volvieran invisible. Por eso tomo prestados estos versos de La bicicleta del panadero —el poemario donde Juan Carlos Mestre, nuevo socio de honor del Instituto de Estudios Bercianos, no se calla— y me brotan todos en los labios igual que las metáforas de Lorca crecen en la boca de los muertos y los cometas pasan rozando la Tierra una vez cada diez mil años.

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