Diario de León

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Olas de calor. Vientos veloces. Corrientes de frío ártico. Nevadas voraces que ponen en jaque a ciudades donde la nieve no solía ser un problema.

Olas de calor. Incendios pavorosos en Australia. Y en California. Glaciares en retirada. Heladas en primavera. Sequías más largas. Y el hielo que se derrite en el Polo Norte y en la Antártida.

Subida del nivel del mar. Venecia amenazada. Los Países Bajos también. Y a nadie le extraña que la naturaleza se revuelva con fenómenos cada vez más extremos.

El escritor Jonathan Franzen ha dicho estos días que el planeta no durará mucho. Al menos no como lo conocemos. Y que la lucha contra el cambio climático es imposible de ganar. Nos tendremos que conformar con logros menores. Algo parecido había escrito Naomi Klein hace seis años.

Jonathan Franzen es de esos autores que persiguen ‘la gran novela americana’, especialmente desde que la revista Time le dedicó en 2010 una portada donde le nombraba ‘el gran novelista americano’. Eso, sin duda, genera muchas envidias. Y un aluvión de rivales dispuestos a cuestionarle porque el autor de Las correcciones y Libertad —‘la gran novela americana de la era de Obamba’, según la crítica más proclive a las etiquetas— afirma que la solución a los males de la novela contemporánea pasa por volver a los modelos “insuperables” del siglo XIX, desde Dickens a Tolstoi. Ahora está a punto de publicar en España una nueva novela, una nueva saga de una familia norteamericana que ha titulado Cruce de caminos . Y mientras tanto ha escrito un artículo en The New Yorker donde anuncia que se acerca “el apocalipsis climático”, son sus palabras, y que debemos admitir que ya no podemos evitarlo.

Olas de calor. Frío siberiano. Incendios feroces. El planeta le da la razón a Jonathan Franzen. Y la novela contemporánea —la que simplifica las tramas, las estructuras, los personajes— también. Pero la palabra apocalipsis en medio de una pandemia, lo reconozco, me provoca urticaria. Y me pregunto si a Franzen no le ocurrirá lo que a tantos heraldos de la catástrofe que desde una posición acomodada y a las puertas de la vejez mezclan su propia decadencia con la del mundo que les rodea.

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