Diario de León

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Levantaron los raíles en el tramo recto de vía entre los túneles cinco y seis del lazo de Torre del Bierzo, antes de La Granja de San Vicente. Mataron a dos personas, los funcionarios que custodiaban el dinero. Y en medio del tiroteo hicieron huir a la pareja de guardias civiles que los acompañaban en el cuarto vagón del tren 485.

Dinero de Madrid para los bancos gallegos. Y una banda de forajidos al acecho, como en el Oeste.

Ocurrió en el mes de octubre de 1939, antes de que la guerrilla antifranquista se organizara en los montes del Bierzo y en las sierras de Orense, y aquel grupo de gente huida, armada todavía después de la guerra, se lanzó a robar el dinero del tren. Por su cuenta.

La historia de aquel robo , de la que poca gente ha oído hablar, pero documentada en el proceso al que se sometió a los dos guardias civiles, la recupera Abel Aparicio en un libro de tres relatos que presentará en la Semana Negra de Gijón; un volumen titulado  ¿Dónde está nuestro pan ?, en el que también recuerda lo que ocurrió dos años después en Torre del Bierzo, cuando un grupo de 39 mujeres de ferroviarios, gente muy combativa y represaliada por la dictadura, se manifestó delante del Ayuntamiento, para espanto del alcalde, el empresario minero Virgilio Riesco, porque no llegaba el pan del racionamiento. Y había hambre.

Aparicio se hace eco además de otra historia de posguerra en el Bierzo Alto; la de otro grupo de mujeres que trabajaban en el teleférico que subía el carbón hasta Brañuelas desde Almagarinos. Mujeres que cobraban la mitad que los varones por hacer el mismo trabajo.

Los hombres que robaron el tren 485 en el otoño de 1939 después de recibir un chivatazo se repartieron 127.000 pesetas de la época. Y se dispersaron.

Un asalto así de audaz, pero un asalto al fin y al cabo que se saldó con dos muertos, contribuyó a que la dictadura tratara después a los guerrilleros antifranquistas organizados en el congreso de Ferradillo como a vulgares bandoleros. Y no lo fueron.

Otra cosa es que, como sucedió en algunas zonas rurales de la Galicia interior, bandidos verdaderos, gente que vivía del pillaje, la extorsión y el robo, se aprovecharan de la situación para presentarse como guerrilleros. Y no lo eran.

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