Diario de León

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A Charlie Watts le han definido como el pegamento de los Rolling Stones, el hombre tranquilo detrás de la batería, el latido del grupo de rock más longevo y más influyente —con el permiso de Led Zeppelin— de la historia de la música popular.

Charlie Watts ya es un rockero muerto. Pero no se lo ha llevado el alcohol, ni las drogas, ni el sida, ni la maldición de los 27 años. Tampoco se ha ahogado en un vómito después de una borrachera. Ni le ha descerrajado un tiro a bocajarro un fan trastornado a la puerta de su casa. No ha aparecido en el fondo de una piscina. No ha sufrido ninguna sobredosis, ni se ha suicidado en una espiral de autodestrucción.

Charlie Watts ha muerto de viejo. O de una enfermedad de la que se muere con más facilidad cuando eres viejo.

Charlie Watts, el baterista de los Rolling Stones, tenía 80 años y no ha dejado un cuerpo bonito. Y tampoco creo que viviera muy deprisa, aunque el resto de los Stones, sobre todo Keith Richards y Mick Jagger, hayan dejado una estela de leyendas sobre sus excesos.

A Charlie Watts le gustaba el jazz y además de tocar con los Rolling Stones desde 1963 tenía su propio quintento. Adoraba la música de Charlie Parker, el saxofonista en el que se inspiró Julio Cortázar para escribir su relato El perseguidor. En ese cuento lleno de aristas, Johnny Carter —ese es el nombre del personaje creado a partir de la figura de Parker— persigue una realidad que se encuentra más allá del tiempo en el que vive. Cada vez que toca el saxo parece a punto de alcanzarla.

Alguien ha escrito que la piedra angular del sonido de los Stones nació de la música de Charlie Parker. Y Charlie Watts fue el hilo conductor. Ahora que está muerto, todo el mundo recuerda la madrugada en la que, vestido de forma impecable, se plantó ante la habitación de hotel de Mick Jagger —que había tenido una noche loca y le había despertado de un telefonazo para preguntarle si estaba en su suite— y le soltó un puñetazo en cuanto abrió la puerta mientras le decía que era la última vez que le llamaba ‘su’ batería.

Ahora el tiempo ha dejado de correr para Charlie Watts. El hilo se ha roto. Y el resto del mundo vivimos en el minuto después, como en un solo de Johnny Carter.

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