Diario de León

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El imperante don Michaelos, basileo de Constantinopla, nació mientras su madre iba a caballo y la ilustre señora, cuenta un cronista de Mondoñedo, «ni se apeó para parirlo».

Michaelos Comneno ya era un emperador viejo y tenía a su esposa retirada en una solana cuando se enamoró de la dama Caliela, princesa de Gazna «cuyo nombre se declara por la miel que derrama».

A la princesa Caliela, de grandes ojos verdes entornados, la piel del color de la canela y el decir sosegado en una boca más bien pequeña, la habían enviado los siete príncipes gemelos contra los que guerreaba el viejo emperador para embeberlo y con un ardid liberarles del asedio de su ejército. El imperante anciano no sabía lo que era cama de pluma y cayó en la trampa de Caliela, que se había postrado ante él vestida con una seda y el pelo suelto, y un cascabel de oro en el muslo izquierdo, para revelarle —eso le dijo— el lugar donde se encontraba la puerta falsa de la ciudad y que su ejército la asaltara a la hora del toque de cubrefuegos sin derramamiento de sangre.

Pero Michaelos demoró el asalto y una mañana, cuando el sol emergía en las colinas donde crecían los naranjos y los pejigos y hacía varios días que Caliela le deshacía la cama, sonaron las trompetas, tocaron los tambores y ordenó el emperador levantar el campamento para, en compañía de la dama, perderse en el desierto de arena con todo su ejército.

Y asegura el cronista de Mondoñedo —esta historia me la contó un chamarilero que vendía cristales estereoscópicos de Ponferrada a los pies de la estatua de Álvaro Cunqueiro— que Leonís, el paje del don Michaelos, vino a las tierras de Miranda donde vivía Merlín para pedirle ayuda. Y Merlín, retirado en una casona de la Mariña central, junto a la selva de Esmelle, le entregó un hilo envuelto en un pañuelo y le pidió que lo atara en un limosnero de Alepo. «Al tirar del ovillo, el ejército del imperante debía encontrar el camino de regreso», me contó el chamarilero. ¿Y que sucedió?, le pregunté. «Que Leonís tiró tan fuerte del hilo que lo rompió y el imperante don Michaelos, parido en un caballo, todavía cabalga en el desierto con Caliela en su regazo», me dijo.

Pero enseguida dejó de prestarme atención porque alguien le preguntaba por el precio de los cristales estereoscópicos.

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