Diario de León

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Los neurólogos han descubierto que nuestro cerebro registra una tormenta de recuerdos en el instante de morir. Es un hecho científico, no un mito, ni un dogma. Antes de irnos para siempre hacemos balance de nuestras emociones.

Mientras escribo estas líneas lejos de la guerra que asola Ucrania, pero amenazado como todo Occidente por un «matón» —la expresión es de Biden— al frente de una potencia nuclear, una tormenta perfecta se cierne sobre Kiev; una enorme columna de tropas enviada por un «tirano», un «sátrapa», un «dictador», un «psicópata», un «loco», un tipo que «no es normal». De todas estas formas se han referido al ex espía de la KGB, Vladímir Putin, que dirige la Rusia surgida de las cenizas de la Unión Soviética y sabe que su mejor baza frente a la OTAN es jugar con nuestro miedo a la guerra atómica, jugar como un tahúr con la retórica, y crearse una leyenda de hombre capaz de todo.

En esa Ucrania devastada por la guerra de Putin resiste otro líder con un perfil muy diferente al del antiguo espía nostálgico de la Guerra Fría (que ha vuelto a demostrar que no tiene ninguna empatía con la condición humana, y eso incluye a sus conciudadanos rusos). Es un cómico metido a presidente, un líder inesperado que anima a los ucranianos a plantar cara al «matón». Se llama Volodímir Zelenski y la guerra le ha convertido en el objetivo número uno de la invasión.

Si los mercenarios de Putin dieran con él en su refugio de Kiev, no dudarían en matarlo para descabezar al Gobierno. La tormenta de recuerdos de Zelenski incluiría, seguro, sus amores, sus afectos, todas las veces que hizo reír a sus compatriotas sobre un escenario, su victoria electoral y su respuesta a la invasión, que le ha servido para ganar la batalla de la comunicación a la propaganda del «dictador» ruso.

Por el contrario, si a Putin le diera mañana un ataque al corazón o un golpe palaciego lo ‘jubilara’ del poder porque la guerra no le fuera bien en Ucrania, tengo la sensación de que no habría tormenta de recuerdos en su cerebro; ni amores, ni afectos. Solo la línea blanca, vacía, de un hombre sin alma, como le soltó Joe Biden a la cara la primera vez que se miraron a los ojos y el «sátrapa», el «psicópata», el «tirano», le respondió con un «nos entendemos» y una sonrisa cínica que dejaría frío a cualquier hombre normal.

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