Diario de León

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Me dicen que el amor libre causó más de un problema en Matavenero. Los celos.  

Me explican que tampoco es para tanto. Que hace frío en invierno —todavía nieva, aunque menos que antes— y muchos de los habitantes de la aldea alternativa que lleva 30 años de utopía entre las montañas del Bierzo Alto hacen las maletas, o el macuto, para pasar la temporada en un lugar más cálido.  

Me cuentan que muchas familias se fueron hace quince años, cuando los primeros niños crecieron y había que matricularlos en un instituto.  

Y me aclaran que más de uno esos ‘neohippies’, entusiastas de la naturaleza, que viven a su manera — y eso no quiere decir que habiten en una burbuja— reciben algún tipo de subsidio social, o trabajan fuera del pueblo durante largas temporadas, o tienen dinero y apoyo familiar. El propio Germán Duce, el primer alcalde que tuvo el pueblo repoblado, el mismo que se fue de la aldea frustrado porque resultaba imposible convencer a toda la asamblea —las decisiones se tomaban por consenso— de la necesidad de crear una cooperativa forestal para ser autosuficientes, me explicaba que la de Matavenero era a mediados de los años noventa «una economía ficticia».  

Hoy hay esquiladores profesionales, molinos de viento en terreno comunal, gente que sigue viviendo con poco dinero, que envasa conservas, que construye casas con balas de paja o toca instrumentos de cuerda en un grupo celta, como Uli Wuttke, el único pionero que sigue residiendo en el pueblo después de treinta años.  

Y seguramente todavía vivan allí, en la rodilla rocosa de Matavenero y en la vaguada de Poibueno, personas que creen en las hadas y en los duendes y piensan que una motosierra los asustaría. Seguramente los pepinos y las lechugas de sus huertas no sean más que un complemento de su dieta y nunca hayan dejado de comprar en un supermercado.  

Qué más da.  

Matavenero no es perfecto. No creo que sea ningún paraíso en la tierra, ningún Edén particular. Pero el simple hecho de que exista, de que haya durando treinta años, y los que vendrán, en un lugar tan aislado, ya me parece un milagro. El mito de la España vacía, pero a la inversa.

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