Diario de León

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Existen muchos tipos de ballenas. Tenemos a la ballena boreal, también llamada ballena de Groenlandia, que llega a pesar cien toneladas, cuenta con una boca enorme llena de barbas y habita en las aguas frías del Ártico. No dispone de aleta dorsal y nada de forma muy lenta para no recalentarse.

Tenemos a la ballena azul, también conocida con el nombre de rocual, el mayor animal que habita sobre el planeta; dicen las enciclopedias que algunos ejemplares han alcanzado los treinta metros de longitud y las ciento setenta toneladas de peso. La ballena azul era muy común en todos los océanos, pero la caza la diezmó hasta poner a la especie al borde de la extinción el pasado siglo.

Tenemos también a la ballena blanca, claro, el mítico cachalote que Herman Melville convirtió en una leyenda con su novela Moby Dick; la historia de una obsesión, pero también todo un tratado sobre la fisonomía y las costumbres de los cetáceos. El cachalote, con su mandíbula dentada y su cabeza gigantesca, alimentó a la industria ballenera en lugares como la isla de Madeira, donde los pescadores aprendieron a cazarlo muy tarde.

Y tenemos, entre los cetáceos más populares, esos monstruos marinos, esos mamíferos que paren a sus crías en el mar, esos animales de sangre caliente y pulmones enormes que de vez en cuando salen a la superficie para respirar; esos animales vulnerables al arpón y a la codicia o la necesidad; tenemos insisto, a la ballena franca glacial, la ballena que comenzaron a cazar los pescadores del golfo de Vizcaya en el siglo XI, hoy una de las especies más amenazadas del mundo.

Es una ballena barbada, sin dientes, ‘franca’ de cazar porque nada cerca de la costa y tiene tanta grasa que flota y es fácil de arrastrar. Es un Mostru, así la ha llamado José Manuel de la Huerga en su novela póstuma Los ballenatos, que mañana a las 19.00 horas presentamos en el Museo de la Radio de Ponferrada, y donde ha creado un personaje a la estela del legendario Mocha Dick, el cachalote albino que en 1820 hundió al ballenero Essex y que inspiró la obra de Melville. El Mostru, varado en la playa de Los Castros, mientras cuatro niños huérfanos —con el pueblo amortajado por una epidemia— trazan círculos en la arena y escuchan los estertores de la gran madre del mar.

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