Diario de León

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Alaín es un niño inquieto. A sus cinco años no se cansa de subirse a la valla de la rampa de acceso a las oficinas de la Junta de Castilla y León en Ponferrada. Una y otra vez. Y cuando su tía Mónica le riñe, se baja. Pero enseguida encuentra un nuevo reto. Mientras los mayores protestan contra el cierre de la Escuela Hogar, donde han residido tres de sus cuatro hermanos mayores durante el último curso, Alaín descubre un paso entre las montañas. Y claro, lo tiene que cruzar. Si no no tendría cinco años.

Alaín abraza ahora la columna de la entrada del edificio, bajo el letrero dorado que anuncia que allí dentro trabajan los funcionarios de la administración autonómica en Ponferrada. La columna es ancha, pero Alaín, que juega a caminar sobre un precipicio, la abraza como si fuera la pared de roca de un acantilado y el suelo no estuviera a veinte centímetros.

Así que cuando pasa lo que tenía que pasar, porque el voladizo es demasiado estrecho, y Alaín se cae, no ocurre nada en realidad. Ni siquiera se ha hecho daño.

Alaín se levanta en seguida, sus hermanos, que han colocado una pancarta a las puertas de las oficinas —‘No al cierre de la Escuela Hogar’, se lee en un texto, casi un garabato, pintado con aerosol rojo sobre una sábana blanca— le miran sin darle guerra a su tía Mónica, portavoz de las familias afectadas por el cierre del centro. Pero Alaín no se puede estar quieto. Va en contra de su naturaleza. Tiene cinco años, es un hombrecito curioso, un aventurero, un equilibrista, y necesita un nuevo desafío. No queda otra que volver a trepar la valla metálica y otear desde las alturas por encima de las banderas de los sindicatos y de las cabezas de los mayores vestidos con petos verdes y camisetas con emblemas a favor de la enseñanza pública.

Más allá, piensa Alaín —que no es consciente de los apuros que pasará su padre, a cargo de los cinco niños, cuando en septiembre no haya una escuela hogar a donde llevarlos— debe haber algo interesante; un barco azotado por una tormenta o mejor, un tren que atraviesa una llanura atosigado por una banda de forajidos. Lástima que los mayores no dejen de gritar «¡La Escuela Hogar no se cierra!» y ahoguen el silbido de la locomotora que se aleja a todo vapor. Por allí se va su futuro, aunque Alaín tampoco lo sepa.

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