Diario de León

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Todo esto fue Eloy Terrón Abad, que nació en Fabero hace algo más de un siglo; hijo de campesinos, hermano de guerrillero, soldado republicano, soldado de intendencia en el bando sublevado (no le quedó otro remedio cuando llamaron a filas a su reemplazo), preso en el calabozo de la base aérea de La Virgen del Camino, labrador, herrero, electricista, mecánico minero, estudiante, autodidacta a la sombra de los poetas de la revista Espadaña , maestro de academia en Cacabelos, profesor universitario en Madrid, filósofo, antropólogo, escritor, desterrado (en un pueblo de la provincia de Badajoz), investigador, intelectual, antifranquista, humanista, traductor.

En 1965 se negó a ocupar la plaza que dejaba en la Universidad Complutense el catedrático López Aranguren, defenestrado por el régimen de Franco. Y le costó caro. Acabado su destierro, cien profesores firmaron un manifiesto en 1977 para que le readmitieran. Volvió a dar clase.

En 1988 le concedieron la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio. Fue el primer director de la Fundación Primero de Mayo de Comisiones Obreras. Le nombraron hijo predilecto de Fabero en sus últimos años.Presidió el Club de Amigos de la Unesco. Y dicen los que le conocieron, como el exdirector general del Libro, el escritor Rogelio Blanco, que «habitó en el planeta Tierra bajo la fuerza del diálogo y el respeto por el hombre».

Ese fue Eloy Terrón Abad. Y así lo recordaban ayer en Fabero, a los veinte años de su fallecimiento, en un coloquio que trajo al Hogar del Pensionista al actual director de la Fundación Primero de Mayo, Fernando Lezcano, y al propio Rogelio Blanco, junto a la alcaldesa, Mari Paz Ramón.

Y me pregunto qué pensaría Terrón de este tiempo en el que vivimos, con un rey emérito que viene a ‘normalizar’ el temblor que han provocado sus causas judiciales (las abiertas y las cerradas) en las estructuras del Estado, y con un partido a la derecha de la derecha que camufla la violencia de género como violencia doméstica y quiere enterrar la Ley de la Memoria en una ley de la concordia, lo que no deja de ser una peligrosa forma de equiparar a los dos bandos de la guerra. Seguro que el aire que sopla estos días en los montes de Fabero habrá venteado sus cenizas en el lugar donde las esparcieron hace veinte años.

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