Diario de León

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Los Pirineos ya no existirán más», cuentan que dijo el rey Alfonso XIII el día en que inauguró, acompañado del presidente de la República Francesa, Gastón Doumergue, la estación internacional de Canfranc; un edificio monumental de doscientos cuarenta y un metros de largo, doce de anchura y casi tantas ventanas como días tiene el año, levantado a mil doscientos metros de altura.

Era un 18 de julio de 1928, la nieve se había retirado a las cumbres rocosas que rodean el valle del río Aragón, siempre amenazado por los aludes invernales, y la que se publicitó como la segunda estación ferroviaria más grande de Europa después de la de Leizipg recibía a los viajeros que llegaban a Canfranc a través del túnel de Somport en un vestíbulo decorado con pilastras, capiteles y molduras de escayola y los escudos de Francia y España.

Las palabras de Alfonso XIII no fueron proféticas. La Gran Depresión, la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial condicionaron el despegue de la estación internacional. Y ocupada Francia por los nazis, el complejo de hierro y de cristal se convirtió en un hervidero de espías, colaboradores de la Resistencia, policías de la Gestapo y oficiales de las SS que controlaban la aduana. Canfranc fue lugar de paso del wolfram que en el Bierzo se extraía de la Peña del Seo y que los nazis pagaron con el oro expoliado a sus enemigos, y a la vez punto de entrada de miles de judíos que huían del Tercer Reich.

El 27 de marzo de 1970, un convoy de mercancías se precipitó en zona francesa contra el puente de hierro de L ’Estanguet. El tráfico internacional quedó suspendido. El puente nunca se arregló. Y la estación de Canfranc se convirtió en un gigante dormido; el Titanic de los Pirineos, le han llamado porque su envergadura y su mala suerte era comparable a la del famoso trasatlántico. Un gigante que ahora despierta con un ambicioso proyecto de restauración que incluye un hotel de lujo y la esperanza de que Francia acabe por recuperar el puente de L’Estanguet.

El wolfram también dejó historias de espionaje y contrabando en el Bierzo, donde la Diputación ofrece estos días un fondo para recuperar el poblado minero de la Peña del Seo. Son dos hileras de edificios más humildes que la estación de Canfranc, sin duda. Pero el eco de la montaña en sus ventanas vacías evoca el mismo misterio.

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