Diario de León

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La nieve es un poema. Un poema de resplandeciente blancura, que cae de las nubes en copos blancos y livianos. Un poema –y todas estas palabras son del escritor francés Maxence Fermine- que viene de la boca del cielo, o de la mano de Dios.

La boca del cielo está cubriendo España de nieve. La mano de Dios, si lo prefieren, ha borrado los caminos, los árboles, los tejados de las casas en los pueblos de alta montaña. Y la nieve, que todo lo tapa, la nieve que nos ciega y esconde la realidad, ha llegado para recordarnos que todavía existe el invierno.

Este es el invierno de la vacuna. Y también es un poema, pero menos hermoso que los haikus de los que nos hablaba Fermine en su novela Nieve, la forma en la que las comunidades autónomas comienzan a inmunizar a la población frente a la pandemia del coronavirus. Mientras Asturias ha conseguido inyectar todas las dosis que ha recibido de su primera remesa, la Comunidad de Madrid se ha quedado en un porcentaje tan ridículo que si no estuviéramos hablando de una enfermedad grave, que se ceba con nuestros mayores, y de la necesidad urgente de atajarla para evitar el colapso de nuestro sistema sanitario y un nuevo confinamiento que nos empobrezca otra vez, uno pensaría que detrás de tanta desidia, de tanta ineficacia, de tanto no hacer nada, se esconde, bajo el manto blanco de la nieve, una estrategia deliberada para recurrir otra vez a la sanidad privada.

Yo no quiero ser mal pensado. La pandemia está poniendo a prueba a gobiernos y entidades, administraciones, responsables públicos, profesionales sanitarios, gestores, encargados de la logística. Y no ha habido ninguna tregua política, por desgracia.

Pero si Asturias lo ha logrado. Si en Asturias, donde los aludes en San Isidro se han llevado por delante al operario de una máquina quitanieves y el hielo dificulta la circulación por sus carreteras, han conseguido inocular todas las vacunas que le han enviado, alguien en Madrid, o en la vecina Cantabria, que no está mucho mejor, debería explicar por qué razón las enfermeras que deben inyectar la primera dosis del fármaco denuncian que no han recibido instrucciones. Por qué la presidenta Ayuso se queja de que le faltan vacunas cuando su administración no ha sido capaz de poner en circulación todas las que ya tiene en los almacenes. Quizá estén esperando, no sé, que la solución venga del cielo, o de la mano de Dios, como la nieve.

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