Diario de León

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El oficial de la marina mercante de los Estados Unidos Morgan Robertson escribió en 1898 una novela corta que tituló Futilidad o el naufragio del Titán . En poco más de un centenar de páginas, Robertson narraba el último viaje de un barco que se parecía al Titanic en algo más que en el nombre —coincidían el peso, la eslora, el número de pasajeros, millonarios en su mayoría— y que se hundía en el océano Atlántico, sin suficientes botes salvavidas a bordo, después de chocar con un iceberg.

Reeditada tras el hundimiento del Titanic, la novela encumbró a Robertson, que moriría poco después en extrañas circunstancias en un hotel de Atlantic City, como uno de los mayores escritores visionarios de la historia, aunque a día de hoy, y apagados los ecos del centenario del naufragio de todos los naufragios, siga siendo un gran desconocido para el lector medio. Solo Julio Verne, que imaginó un viaje a la Luna, se adelantó al invento del submarino, y está considerado el padre de la ciencia ficción porque supo ver cómo sería París en el siglo XX mucho antes de los avances de la segunda revolución industrial, llegó más lejos que él.

Y me acuerdo ahora de Morgan Robertson —que fue joyero en Nueva York tras abandonar la vida de marinero, que posiblemente inventó el periscopio, y se convirtió en escritor de relatos que transcurren en el mar cuando la vista comenzó a fallarle de tanto trabajar con diamantes— porque estos días, mezclado en la catarata de bulos que genera la crisis del coronavirus, ha salido a la luz el nombre de otro escritor que hace cuarenta años ya anticipaba en una novela un escenario muy parecido al actual. En 1981, Dean R. Koontz, autor de historias de suspense sin pretensiones literarias, pero con una legión de lectores, imaginaba en Los ojos de la oscuridad una trama ambientada «alrededor del año 2020» y en torno a un arma biológica procedente de China y fabricada en un laboratorio de Wuhan.

Las coincidencias, como ocurrió con el Titán de Futilidad , estimulan la imaginación. Pero no se calienten demasiado la cabeza. La realidad no cabe en una mala novela. Y el miedo y la desinformación, escribía esta semana en El País el profesor de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres Adam Kucharski, son el virus más contagioso.

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