Diario de León

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Dice Andrés Trapiello cuando habla de Madrid en su nuevo ensayo que las ciudades no tienen prólogo y los lugares nunca son como nos imaginamos. Cuenta el escritor que la capital de este país azotado por la segunda ola del coronavirus está hecha a partes iguales de sueño y de verdad. En una esquina de la plaza de Callao, un tenor entona una vieja canción de Lacalle y Roldán; Amapola, lindísima amapola. Lo hace sin mascarilla, para poder cantar, y con la funda de una guitarra a cuatro metros, de forma que a los transeúntes que le echan una moneda no les alcancen sus aerosoles. Y parece salido de un sueño. Un viajero de un tiempo anterior, menos áspero.

A pocos metros de él, la sombra del fantasma del Hotel Florida se extiende sobre el espacio ganado al tráfico en las últimas décadas. El establecimiento donde se alojaban los corresponsales extranjeros durante la Guerra Civil ya no existe. Sobrevivió al conflicto y a los obuses de Franco. También a las largas partidas de cartas de Hemingway y a los enredos de cama con meretrices. Pero sucumbió a la especulación. Derribado en los años sesenta, en su solar también se mezclan el sueño y la verdad; hoy se levanta el feo edificio de unos grandes almacenes. Al doblar la esquina, la Gran Vía de la pandemia es una avenida con más de un local cerrado y menos gente de lo normal. El eco del tenor se apaga. Y frente al lugar donde una vez estuvo Madrid Rock, la tienda de discos, se nota la ausencia de los hermanos Alcázar; los dos rockeros que durante quince años han formado parte del paisaje humano de la calle. Dos vagamundos (con eme) que se apostaban durante horas delante del establecimiento, huérfanos de música.

En otra esquina de la ciudad adormilada por el coronavirus —Madrid es una urbe de latido lento en las aceras— un saxofonista sopla su instrumento con la mascarilla cortada para que pase la boquilla. Menudo invento. Y empieza a entonar una nota muy alta, una nota estridente y desafinada, hasta que el libro de Trapiello sobre Madrid, abierto por el prólogo, se estrella contra el suelo. El ruido que hacen las quinientas páginas encuadernadas en tapa dura me saca del sueño. Al otro lado de la ventana, emerge Ponferrada, la avenida de la Puebla, la plaza de Lazúrtegui, la vieja Ciudad del Dólar, que también late despacio. Y no es ningún espejismo.

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