Diario de León

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Alpidia García Moral, que convirtió su casa de Sobrado en un refugio de la guerrilla antes de que se la quemaran en un tiroteo, sonríe mientras sostiene una pistola. La fotografía borrosa, extraída de un expediente del Archivo Militar del Ferrol, también muestra a dos hombres armados; Abelardo Macías y, en cuclillas, con otra pistola, Hilario Álvarez.  

La imagen deteriorada, como si un fogonazo de luz o un deslumbramiento hubiera desdibujado los contornos de los tres, está tomada en el año 1949. Poco después, Alpidia García moriría en un tiroteo con las fuerzas del régimen en Villasinde.  

Aquellos eran los años en los que el monte y algunas viviendas de confianza estaban habitadas por hombres, y también mujeres, que vivían en la clandestinidad y operaban contra la dictadura en grupos armados. Mucho se ha hablado de Girón, de Marcelino Fernández El Gafas, de los hermanos César y Arcadio Ríos, y de todos los que crearon la Federación de Guerrillas de León y Galicia reunidos en 1942 en los montes de Ferradillo. Pero entre ellos también había mujeres que llevaron una vida aún más escondida, que fueron enlaces o se echaron al monte cuando no les quedó más remedio porque la represión apretaba; Alpidia García y también Adoración Campo Canedo, que se incorporó a la guerrilla después del tiroteo en su casa en el que murieron cinco huidos y tres guardias civiles en 1941. Y Ángela Losada, que perdió a su padre y a su tío, asesinados en 1936 en Portela de Aguiar. Y Edelmira Moral, molinera en Cabeza de Campo, con su marido igualmente asesinado. Y Consuelo Calvo y su hija Josefa, abatidas en Ríoferreiros. Y por su puesto, aunque nunca llegó a ser una huida, Jerónima Blanco, asesinada embarazada junto a otro hijo pequeño por negarse a delatar a su marido oculto, y Alida González, que acompañó a Girón.  

De todas ellas, y de algunas más, doblemente silenciadas, se hablará por fin en el curso sobre la guerrilla antifranquista que organiza la Uned en Ponferrada entre el 13 y el 15 de noviembre. A algunas les costó la vida, a otras el exilio, años de prisión y tortura, «la osadía de desafiar a un régimen totalitario», dice el coordinador del curso, el historiador Alejandro Rodríguez. Osadía, sin duda, levantar un arma contra una dictadura. Y sonreír para la fotografía.

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