Diario de León

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Marte cuelga de un árbol. Como un gorrino en un día de matanza. Marte convertido en jabalí. En guerra perdida.

Un minotauro huido del laberinto otea el paisaje en lo alto de una colina desde hace veinticinco años. Algún desalmado armado con una escopeta lo usó al principio como diana y le voló la cabeza. Pero la osamenta y los cuernos afilados de la bestia pronto volvieron a su sitio, aunque más de uno, cuando lo distingue a lo lejos, se pregunte qué hace uno de los toros de Osborne tan apartado de la carretera.

Una sirena asoma la cola y una mano desde el tronco de un árbol. Al pasar bajo sus ramas se oye un canto en los días de niebla. Y a veces se ve el mar.

Donde había una iglesia, ha crecido una mano, con una puerta y dos ventanas. Es una forma de recordar que los pueblos se vacían, que las casas se caen, que la gente se muere y no hay relevo. Que el mundo rural va a menos.

Mercurio, con sus alas en los tobillos, se quedó un tiempo atrapado en el tronco de otro de los árboles que rodean el pueblo. Pero alguien se lo llevó, quizá porque estaba cerca de la carretera, y no se sabe qué fue de él. Mercurio, el dios del comercio, secuestrado por alguien casi tan desalmado como el aficionado a la escopeta que había usado al minotauro para afinar el tiro.

Y en breve, en algún lugar de los alrededores de Viñales —la pedanía del municipio de Bembibre donde el escultor Juan José Albares lleva un cuarto de siglo colocando las figuras de chapa galvanizada y acero corten que componen su Olimpo particular— aparecerá un enorme Goliath de cinco metros de altura; aquel gigante de la Biblia que, espada en mano y confiado en su envergadura, se enfrentó al pequeño David, armado tan solo con una honda y una piedra.

David contra Goliath. Metáfora del poder, de la revolución. Paradoja sobre la fortaleza. Cuanto más grande, más vulnerable, es la moraleja de esta historia que nos quiere contar Albares a todos los que alguna vez nos ponemos a caminar por los senderos de Viñales y no hacemos caso de los cantos de sirena, ni le tenemos miedo al minotauro, y en el fondo nos compadecemos de Marte, que cuelga muerto de un árbol como un puerco en el día de San Martín.

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