Diario de León

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Los gallegos y los portugueses, que tiene un idioma muy favorable a la poesía, utilizan la palabra vagalume (luz que vaga) para nombrar a las luciérnagas. 

En gallego escribía Rosalía de Castro. Y canta sus versos Amancio Prada. En gallego inventa historias Manuel Rivas, el autor de El lápiz del carpintero —ese cuento sobrecogedor sobre un maestro represaliado a comienzos de la Guerra Civil— y se ha atrevido a elaborar Juan Carlos Mestre su último poemario, que ha titulado 200 gramos de patacas tristes .

Y en gallego ha decidido titular Julio Llamazares, el autor de La lluvia amarilla , su próxima novela, Vagalume , que trata de la vida secreta de los escritores anónimos; aquellos que escriben para que no les lea nadie, más allá de su círculo íntimo.

Leo un tui t de la periodista de Ponferrada Raquel Peláez, que hizo prácticas en la edición Bierzo de Diario de León y ahora es subdirectora del suplemento Smoda del diario El País , y me viene a la cabeza la palabra gallega que define la tristeza. Dice Raquel que hay un tipo de tristeza especial que se instala en la gente que se queda a vivir en lugares que alguna vez fueron prósperos y ahora agonizan. La ‘depresión por vaciado’ le llama, «un problema nacional del que no se habla, pero existe».

Y me entra la tristura porque eso es lo que he visto en lugares como Fabero, como Villablino, como Torre del Bierzo. También con Ponferrada, qué carallo. Lugares que vivieron del carbón o crecieron a su sombra. 

Y me entra la nostalxia , sí, con equis, de aquellos días en los que la mina todavía no estaba muerta. El carbón no era cosa del pasado. Y las marchas negras a Madrid alentaban una esperanza para un sector, y una forma de vida, que no ha sobrevivido al cambio climático. 

Solo eran tiempos mejores en algunos aspectos, que nadie se engañe. En Ponferrada, sin ir más lejos, teníamos una montaña negra que llenaba el cielo de carbonilla en cuanto se levantaba el viento. Y a nadie le agradaban los humos de la térmica que ahora desmantelan en Cubillos.

Pero el pasado encierra muchas trampas. La más peligrosa es que todo nos parezca luminoso, como la estela que dejan las luciérnagas cuando orbaya en medio de la noche.

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