Diario de León

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Hace tiempo que en la política española nos hemos curado de espanto. Por nuestras infinitas tragaderas caben todo tipo de artimañas, engendros e incluso mentiras evidentes que hacen bueno el eslogan inmutable que impone que aquí no dimite nadie.

Entre tanto maquiavelismo se cuelan también los excesos que llevamos soportando un año, y no me refiero a los necesarios supuestamente para combatir la pandemia, a los que quizá cabe la crítica por improvisación y torpeza. Estos días hemos contemplado el clamor de la inmensa mayoría de los jueces que piden ayuda a Europa para rescatar la división de poderes de Montesquieu. Y con el Parlamento totalmente resquebrajado con este estado de alarma que facilita el dictado impune de decretos leyes sin tener siquiera que rendir cuentas ante el órgano clave de la soberanía popular.

Vivimos sumidos en un trilerismo político que permite asegurar durante meses que ese estado de alarma era imprescindible frente al covid para pasar en minutos a decir que ya no, que las leyes sanitarias son suficientes. Lo mismo que decían hace un año los juristas que criticaban el abuso de poder del Gobierno. Ese que allá por mayo anunció una reforma legal para crear el andamiaje jurídico pero luego le gustó más mantener esta excepcionalidad que permite cada día hacer anuncios milagreros, cambios de criterios y usos maledicentes del aparato gubernamental y sus presuntos fondos de recuperación.

Así caben todos los reinos de taifas que vemos a diario, que quizá prueban que tras la catástrofe de una educación troceada en 17 que torpedea los mínimos de la igualdad territorial ahora se ha extendido a una sanidad que se ofrece a la carta, quizá a la carta del viejo chiste sobre quién comerá hoy si acierta con el as.

El coronavirus es algo muy serio y vivimos entre abusos de quienes lo usan para todo tipo de marrullerías o cultos de egos. En Madrid vuelve la disputa del ‘no pasarán’. Unas primarias en toda regla que acaparan esfuerzos y exhiben todas las vergüenzas de un país que ha dinamitado las mínimas normas de un sistema democrático y de respeto al otro. La vacuna anticovid es compleja. La antitropelía deberían aplicarla los jueces y fiscales. La ley es imprescindible incluso en pandemia. Hay que denunciar los fraudes y a los tramposos que aprovechan para excederse y quebrar las normas. Combatir el covid no puede ser la coartada del abuso.

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