Diario de León

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La vía de Feve agoniza. Malvive quizá por aquello de que nadie quiere poner el cascabel al gato. Pero tampoco hay voluntarios para pelear por su futuro y conseguir que se convierta en un recurso útil en su ruta por el este hacia Bilbao.

Mirando al oeste, el panorama es también desolador. La línea por Astorga y Ponferrada hacia Galicia se ha quedado prácticamente sin trenes. Los pocos que pasan se hacen cada día más inútiles. Sus tiempos son una tomadura de pelo en pleno siglo XXI. Para viajar en ferrocarril desde León, por ejemplo, a Santiago de Compostela sólo hay una frecuencia al día. Tarda cuatro horas y media, y con transbordo en Orense. Pero usando el Google Maps resulta que hay alternativa. En una hora y cuarto se llega a la estación Sanabria AV, y desde allí hay Alvias que acceden al destino final en menos de dos horas. Una auténtica paradoja. Tener que desplazarse a la estación que se hizo famosa por estar en tierra de nadie, y a una comarca zamorana que malvivía hasta que en Galicia apostaron por la línea recta con Madrid al reclamar sus infraestructuras, mientras los políticos leoneses estaban totalmente enfrascados ‘en sus cosas’... ¿?

La condena a muerte que genera el quedarse fuera de las rutas debería estar mucho más presente en las agendas leonesas. Habrá que esperar al próximo ciclo electoral —queda un año para las locales y año y medio para las generales—. Quizá entonces vuelvan, al menos, las promesas.

Pero el ADN de la cobardía, de la puñalada, del engaño se hace muy presente por estas tierras. Y así es difícil competir con otros espacios donde se actúa con mayor audacia, diligencia e incluso trabajando codo con codo, si es necesario.

Las reiteradas quejas hacia los alcaldes de Valladolid y su afán por atraer todo lo que se mueve deberían invitar a la reflexión. No se trata de criticar al que hace las cosas. Eso es estéril y dañino. Se trata de hacer algo, de aprovechar que la ruta hacia el suroeste lleva a Madrid en apenas dos horas de AVE para reivindicar asuntos tan sangrantes como la deuda histórica de la Transición Justa del carbón. Una factura de 250 millones de euros que probablemente no llegarán por el silencio cómplice de los que se esconden para dar por bueno lo que el resto del mundo ve increíble e inaceptable.

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