Diario de León

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Lo del huevo y la gallina quizá sirva para la relación entre la sociedad y la política. La duda sobre qué es lo originario y dónde se genera el efecto espejo.

Vivimos tiempos marcados por lo efímero, por una cultura del consumismo que se aplica a todo y en todo. Una especie de permanente black friday en el que parece que ya no habrá un lunes.

En la política es bastante evidente con un inquilino de La Moncloa que se acuesta renegando de quienes dice que le quitan el sueño y al día siguiente desayuna con ellos repartiendo poderes y cargos.

Y en la bancada de enfrente, con ese que vive casado con todo lo que aparentemente le susurran cada día que da más brillo. Es el vaivén continuo del quedabien sobre el que se han pronunciado personajes de tiempos, espacios y posos muy diversos.Recientemente lo explicaba Perez Reverte en una entrevista. Que al establecer el mínimo común múltiplo de cada ser humano sólo encontraba dos rediles para agruparlos, y la barrera se establecía en la cobardía.

En otros planetas literalmente antagónicos la leyenda del Che se extiende sobre aquello de ser preferible morir de pie que malvivir arrodillado, aunque a buen seguro hay algún experto por ahí capaz de alegar que nunca dijo tal cosa y que todo procede de una campaña interesada que fue lanzada por un lobby orwelliano.

Este pasado fin de semana todo se quedó en blanco. La sociedad miraba a la nieve mientras todo tipo de foros políticos lanzaban mensajes que se disolvían antes de tocar el suelo.Quizá es lo que toca. Lo barato. Lo fácil. Pero cuando es la guía de cabecera de los que nos mandan es para sentir lástima y echarse a temblar. Se arriman con cobardía al ‘todo a cien’ aunque haya que renunciar a lo que sea. El Groucho Marx de los principios intercambiables. Y con ese panorama resulta desalentador el darse cuenta que vivimos aupados en un alambre que se resquebraja por demasiados lugares sin que se vislumbren asideros.

Por eso, a las gentes se les invita a rehuir del sistema, algo terriblemente peligroso. Los vendedores de bálsamos tienen el terreno abonado... y no faltan cobardes dispuestos a comprarlos.

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