Diario de León

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La salud mental es un asunto extremadamente delicado. Pero muy relevante. Vive un momento complejo, con el auge de los efectos de una sociedad que ha cambiado, apartándose de lo que fueron sus anclajes durante siglos, y que lleva al ser humano a situaciones extremas sin facilitarle una red cuando llegan las caídas.

A todo esto no se le ha logrado dar una respuesta adecuada. Probablemente por que forma parte de ese listado de tabúes a los que la sociedad prefiere dar la espalda. Por cierto, son muchos y muy variados. Y buena parte agrupados a sufrimientos de personas o de sus entornos.

A lo que iba. En los últimos días se ha asomado la crónica más negra de todo esto. Más allá del conflicto que existe en las calles, en las que viven decenas de miles de personas —se cifran incluso en 50.000, o sea más habitantes que Soria y más o menos como Segovia—. Y sobre las que, quienes viven más cerca de ellas, lanzan constantes voces alertando de que buena parte de ellos/as son y acaban siendo enfermos mentales.

Esa situación trágica —si se da por bueno, como estamos haciendo, al hecho de tener a pacientes psiquiátricos bajo los cartones en las esquinas— se ha puesto de manifiesto en una retahíla de incidentes con resultados muy graves que se han sucedido últimamente. El más sonado probablemente ha sido el asesinato en Algeciras del sacristán de una iglesia, con daños ‘colaterales’ para otras cuatro personas. A manos de un individuo que parece obvio que era un peligro para su entorno. Fue justo después de que otro aficionado a todo tipo de toxicomanías —o al menos así se ha comentado— mató a una mujer y a una niña en Valladolid, mientras se buscaba a un nostálgico del estalinismo de la URSS que se dedicaba a enviar bombas desde su retiro en Miranda de Ebro. En León, la cuota de trastornados llegó en Navidad, con otro presunto politoxicómano matando a su madre en el barrio de San Esteban.

La Justicia huye de mezclar estas barbaridades con los problemas mentales por la carga de impunidad que facilita. Ni se debe criminalizar a un sector creciente de la sociedad que los padece.

Lo cierto es que es la espuma que rebosa un cóctel explosivo al que la sociedad da la espalda. Y al que se añade una singular hipocresía con relación a la violencia. Que incluso se ríe. En estos mismos días hemos visto también al alcalde José Antonio Diez mofándose de una guerra nuclear. O al Atlético de Madrid dando aire a quienes colgaron de un puente un pelele de un jugador de su eterno rival... o enemigo...

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