Diario de León

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Conocida es la expresión de que la primera víctima de la guerra es la verdad. Ni es nueva, ni tampoco la realidad que refleja. En cada batalla se hace fundamental el dominio del relato. El problema es que ahora, igual que los misiles son más sofisticados, también lo es el control de esa verdad que se difunde. El actual conflicto ucraniano, o por mejor decir la agresión rusa contra un país vecino, es un buen ejemplo. Andan a vueltas con un asesinato —todos lo son incluso en plena guerra— en una auténtica caza de brujas y de intercambio de andanadas de propaganda.

El problema cumple hoy medio año. Y sus efectos se extienden desde entonces por todo el Planeta, en forma de problemas energéticos y económicos para Europa, o más directamente dejando hambrunas en el norte de África.

Los relatores, que siempre encuentran encuadre para todo, nos enseñaron hace tiempo que eso eran ‘daños colaterales’. Pero lo cierto es que de algún modo la población mundial está íntegramente metida de lleno en esta guerra. Lo vivimos en ese inicio marcado por los titubeos de los que no tenían claro de qué lado posicionarse. Y ahora, de nuevo, con el resurgir del runrún sobre que el presidente ucraniano debería bajar la cabeza y dejar que se le amputen partes a su país en favor de una presunta paz mundial. La cosa tampoco es novedosa y basta echar un ojo a la historia para contemplar hasta qué punto ha sido dañino el buenismo, e incluso la cobardía —esa que nos rodea allá donde vayamos—, la que ha permitido que verdaderos energúmenos dominen países y generen millones de muertos.

En juego tenemos una vez más el mapa. Quién corta el bacalao y dónde. Cualquier signo de debilidad hoy se convertirá en catapulta para futuras acciones de la ‘chusma’ que lamentablemente sigue aupada al poder en incontables atalayas.

Todo esto tiene una traslación clara a lo que vivimos en estos momentos en España. Con unos relatos de la actualidad que superan toda lógica. Y vergüenza. Nos acostumbramos —o al menos lo intentan— a que la irracionalidad se extienda en el día a día.

En el fondo es la batalla de la libertad. De dar la cara frente a los que se sienten dueños de las verdades y no toleran que alguien disienta sobre lo que se atreven a considerar neoverdades de índole obligatorio.

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