Diario de León

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Recuerdo que la respuesta era inmediata y obvia: «porque está rota». Pero algo me generaba desasosiego. La campana del Arco del Reloj de Ponferrada sonaba a quebranto. La que marcaba las horas de la ciudad. A ese «cloc» que nada tiene que ver con el tañido al que sólo la Fundeu adjudica todas estas onomatopeyas: Talán, talán, tolón, tolón, tan, tan, din don dan.

No. La campana de mi ciudad natal sonaba «cloc». Y estoy hablando de los felices 80, en los que los ayuntamientos nadaban en la abundancia y aún no se habían generado esas deudas ingentes que ahora desafinan su actividad.

Lo recordaba el domingo al ver que la primavera ha sido muy fructífera, y uno de los principales símbolos de la ciudad se exhibe sirve como cartel publicitario de la buena huerta berciana, con unas ‘lechugas’ que casi tapan los tablones que han colocado para combatir los posibles desprendimiento de piedras.

La lastimera imagen se repite en ambas caras, intra y extramuros. Las que cuando había pestes en otros siglos marcaban la diferencia entre los que estaban dentro y fuera.

Lo de las ‘lechugas’ es un mal extendido por las murallas. Y resulta complejo explicarlas. Al menos puedo contar una experiencia personal. De visita por León con una pareja estadounidense, muy cerca de la Catedral, en el acceso desde la calle de los Cubos hacia el Hospital de Regla, ella, Susan, nos preguntó un: «Y eso». Señalaba los hierbajos que por su tamaño no habían crecido en cuestión de horas. Ni probablemente de días. «¿No hay un servicio que haga labores de limpieza?».

No supe qué responder. En el patrimonio muchas veces se habla de grandes proyectos, de inversiones millonarias, pero se facilitan periodos enormes de abandono que parece una cuestión que resolvería una minibrigada durante poco más de una mañana. Al final nos acostumbramos a ver las «lechugas» y las damos por buenas. O escuchar el «cloc» y respondemos con un «es que está rota la campana». Y miramos cómo pasan semanas, meses e incluso años con unos tableros haciendo de barrera para prevenir la caída de piedras hasta que los hierros que los sujetan llegan a oxidarse. El problema es el de siempre. Hay que decidir en qué se gasta. Y cuidar el patrimonio no siempre es lucido ni facilita una foto en el periódico.

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