Diario de León

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El 20 de enero de 2017, en su discurso inaugural como presidente de Estados Unidos, Donald Trump no cambió un ápice el tomo de su campaña. «América primero, América primero», dijo. Y le llovieron los votos. Ese sueño americano, el que mide la oportunidad por criterios económicos, deja en la estacada a toda la humanidad. En la India son más transparentes. La sociedad está establecida por castas. Nadie se engaña. En este otro sueño de nubes de cúmulos, cada uno se mantiene en su lugar con caramelitos con sabor a hierbabuena. El 91 % de la población seguirá en su sitio. Por mucho que se esfuerce, trabaje, renuncie y se comprometa, tiene un rango de opciones muy limitado. Un techo de cristal para toda la humanidad. Las malas personas van en la avanzadilla. Como en las peleas. Siempre gana el que menos miedo tiene de hacer daño al otro, no el que está dotado con más fuerza y habilidades. Porque la nobleza es genética y a los genes de cada uno no hace falta mirarlos por un microscopio de última generación. A veces es más sencillo. Basta con leer mensajes de wasap y redes sociales. Ahí están, transparentes como el agua transparente para quien quiera ver. Al presidente de EE UU se le ve a la legua el ADN entero sin necesidad de que sea secuenciado. Su decisión de acaparar con todo el mercado de un fármaco para combatir el coronavirus no es más que una versión de ese «América primero», que tampoco es nuevo. Ya lo hemos escuchado antes en otras versiones. «Ante Dios y el mundo, el más fuerte tiene el derecho de hacer prevalecer su voluntad» (Adolf Hitler). Pero en el país de las oportunidades, el sueño americano es más bien un muro. No es lo mismo autoridad que poder. Trump está a las puertas de unas elecciones que pone en peligro la demostración de su megalomanía, según las encuestas. Ahora toca un golpe de efecto para los americanos y, tras la negación inicial que ha convertido a Estados Unidos en uno de los países con más infectados, saca el talonario y convierte a Gilead Sciences, compañía que fabrica el fármaco, es una las empresas biotecnológicas estadounidense con más tirón en el mercado que ha disparado sus acciones exponencialmente desde abril cuando anunció que tenía un posible fármaco para tratar el coronavirus, la misma terapia que no funcionó para el ébola. Después de la compra masiva, los expertos dicen que no es tanto el oro terapéutico como relucen las cuentas de los accionistas. Europa se molesta porque Trump acapara. En este desigual orden de valores volvemos la espalda a la decena de medicamentos ausentes que salvarían cada día la vida a 700 menores del Tercer Mundo que mueren por una simple deshidratación.

 

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