Diario de León

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No hay mejor solución para no sucumbir a la ansiedad que un empleo, un sueldo proporcional al trabajo desempeñado, un buen trato, una casa digna y unas vacaciones reales, esas en las que se puede desconectar de redes, artilugios tecnológicos varios y presiones de diferente procedencia y color, educación y sanidad universal. No es nada subversivo, está recogido en la Constitución Española que en diciembre cumplirá 43 años de edad y que en la filosofía de su articulado fija políticas públicas que favorecen la felicidad de la ciudadanía. Yo añadiría que para conseguir este objetivo de la lista de los ansiolíticos constitucionales hay que fomentar la motivación y un proyecto de futuro. Psicólogos y psiquiatras avisan desde hace años del aumento de los problemas mentales y el consumo de tranquilizantes en una sociedad cada vez más medicalizada y conectada. En los últimos días hemos conocido experiencias y situaciones que muestran una realidad que hasta ahora se ocultaba por vergüenza. Los problemas de salud mental no están bien vistos. No es de líderes sentir que las pilas se agotan, que la presión ahoga e impide dormir, que la cabeza se bloquea y no encuentra salida ni para los problemas más cotidianos y que las sobras crecen y apagan las luces que antes iluminaron el camino. La gimnasta estadounidense Simone Biles, que se retira de los Juegos Olímpicos porque no puede más con la presión, es un último ejemplo. Pero hay muchos más.

Este modelo de sociedad que ha triunfado, que se impuso a todos los demás fomentando la competición, alabando la tiranía, equivocándose al identificar el liderazgo con el abuso de poder y el látigo, fomentando un discurso exitoso en unas claves concretas pensadas para fomentar la autoexigencia y la culpabilidad, es el causante de una catástrofe a la altura de la peor pandemia imaginable. Sus efectos no se notaron de inmediato. Han hecho falta muchos años de cocina para llegar a este punto de fragilidad en la salud mental de una ciudadanía que encuentra a cada paso ruido, insultos insoportables, arengas al enfrentamiento y discursos de odio que ocupan los espacios más visitados en las redes sociales.

De nada sirve duplicar los presupuestos sanitarios para reforzar las plantillas de psiquiatras y psicólogos si una familia no puede alimentarse correctamente, si los suministros básicos como la luz se convierten en un lujo que hay que utilizar a deshoras, si el sueldo que se lleva a casa después de doce horas de trabajo real, pero cotizando por cinco, no llega ni a la mitad de mes... y si un virus maldito ha truncado vidas y proyectos. Y para colmo, esa sensación de sentirse huérfanos de ansiolíticos constitucionales.

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