Diario de León

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El 13 de febrero de 2020 falleció en Valencia la primera persona enferma con coronavirus en España. Acababa de llegar de Nepal, aunque no se atribuyó la causa de su muerte a esa entonces nueva enfermedad hasta el 3 de marzo. En esa fecha vivíamos ajenos a la debacle existencial a la que nos enfrentaríamos en pocos días. Visto con perspectiva y revisando lo que preocupaba ese mismo día a los leoneses, queda en evidencia el poco control que tenemos sobre lo que consideramos verdades absolutas. Hay personas a las que les cuesta cambiar de opinión y se aferran como rocas a conceptos y prejuicios tan consolidados en su vida que perseveran en conductas que la evidencia ha demostrado poco prácticas e irracionales. Y al decir esto, con toda intención, demuestro que caigo en esa misma ceguera de interpretar el mundo según mi conveniencia. Pero esa es ahora mi opinión inequívoca que puede cambiar en el transcurso del tiempo, horas incluso. El pensamiento no puede tomar asiento, decía Luis Eduardo Aute. Y eso yo tampoco se lo discuto a este tan añorado cantautor que tanto me enseño de la vida, sin vivirla aún, en mi adolescencia. Este coronavirus, con una merecida lamentable reputación, nos ha enseñado, si es que había alguien en la ignorancia, que las verdades son relativas. En mi experiencia personal y profesional he aprendido a ver el humo, aunque confieso que no siempre lo huelo a la primera. No puedo por menos dibujar una media sonrisa, esa que se podrá ver a partir de ahora con las mascarillas transparentes regularizadas por el Gobierno a partir del 15 de marzo, cuando leo que el 13 de febrero de 2020 el alcalde de León planeaba implantar una tasa turística en la ciudad como la que aplicaban Cataluña y Baleares. Durante un año de pandemia, la ausencia de peregrinos que pasan por la provincia por las limitaciones sanitarias, la caída de un 30% de estancias en los establecimientos de turismo rural de la provincia y la pérdida de 538.767 viajeros por la covid en la provincia de León, según los datos del Instituto Nacional de Estadística, aquella propuesta, que ya la patronal hostelera veía con recelo, parece una mala broma del destino. Hoy, sin duda, pagaríamos para que regresaran, para que volviera el calor de lo conocido, si es que alguien puede decirme qué será eso de la normalidad a partir de ahora. Porque ya no vamos a ser los mismos. Esta sociedad no será la misma, ni mejor ni peor, será diferente, nuestros hijos serán diferentes y mucho más sus hijos, porque el virus y las vacunas no sólo dejará un recuerdo de inmunidad en nuestra sangre, también en nuestras conciencias. Habrá qué dirección tomamos. Y si nos equivocamos, volveremos a comprar humo.

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