Diario de León

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Más que la gran escapada, el verano es un espectacular escapismo. Huir del encierro es mucho más que magia, es la necesidad de evadirse de todas las trampas, una destreza saludable que no todo el mundo consigue, ni siquiera en vacaciones. La pandemia nos enganchó a una dinámica de vida y trabajo adictiva e invisible. Nunca es tarde para recuperar el aliento, de recapacitar, de volver a dar una pensada y deshacer lo que hemos malaprendido en la vida. Dicen los psicólogos que para que unas vacaciones sean saludables tienen que durar más de quince días ininterrumpidos, sin apenas móviles ni tecnología digital que distraiga y conduzca de nuevo por el camino de la confusión. Y rodearse de familia y amigos que te quieran y te cuiden. Que así sea.

Los escapistas se deslizan estos días por las carreteras, rumbo a cualquier parte, alejados lo más posible de las responsabilidades, aunque en realidad sean aprendices del escapismo porque esta habilidad sólo es dada a unos pocos genéticamente seleccionados. Si no está en tus genes, nunca podrás ser escapista y sólo llegarás a ser un aprendiz de ilusionista. Quizás, el escapista más popular de todos los tiempos sea Harry Houdini, que logró salir vivo de más de una docena de encierros y de un tanque lleno de agua mientras estaba con las manos atadas.

La versión oficial dice que Houdini murió de una peritonitis provocada por una paliza que le dio en la calle un boxeador. Pero los nostálgicos del escapismo prefieren defender que falleció tras no lograr su último gran reto. Es la buena muerte deseada para un escapista experto, aunque el bien intencionado espectador sienta cierta atracción en la provocación en sus primeros desafíos. A mí me gustaría conocer el arte del escapismo, aunque sólo sea por un mes. Si no lo consigo, me conformo con disfrutar, por ejemplo, de la lectura de un buen libro a la sombra de una higuera en un patio manchego, o a la orilla del mar al amanecer, o, en el reto más arriesgado, en un lugar sin cobertura de móvil, aunque sea por unos días, para escabullirme del ruido. Y del ardor de ojos. Y de otros escapistas de los que tengo mucho que aprender, pero más adelante.

Porque nunca es tarde para aprender, ni para escapar. Escapar al pasado por unos días, a esa terraza de cielo ardiente sumando estrellas fugaces con las noches de blanco satén de los Moody Blues adormeciendo los sentidos. Escapar de la pandemia, que vuelve con fuerza, de la guerra y sus consecuencias, de argumentos obscenos sobre la hipersexualización, la despoblación, las becas, los precios, las broncas, las calumnias, el miedo, la enfermedad, las trampas, la falta de respeto... «Mi mente es la llave que me libera», dijo Haudini. Y nunca más volvió. 

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