Diario de León

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Salen despacio. Fijan bien los pies en el suelo en su primera salida después de un año. Los mayores han dado, una vez más, ejemplo de resignación. No tenían otra opción. Lo han hecho obligados por las circunstancias. La pandemia los forzó, una vez más en sus vidas, a sacar el coraje que da el paso de los años, nutrido con experiencias no siempre cómodas. Sufrieron como nadie. Pagaron con sus vidas el precio de la improvisación, del desconocimiento inicial de una enfermedad que se cebó con ellos. Lloraron, gritaron, pidieron socorro, reclamaron libertad y compañía, tuvieron miedo y pesadillas y nunca quisieron ser los protagonistas ni los héroes de nada. Estuvieron encerrados, por su bien, pero no lo eligieron. Dentro de las residencias de mayores se libró la auténtica batalla contra el virus, la que se trasladó a los hospitales, porque antes de que llegara la vacuna, llenaron las UCI. Mayores, trabajadores, personal de enfermería, medicina, auxiliares, limpieza, d cocina, celadores... han vivido una guerra que deja cicatrices. A los que sobreviven les espera aún un largo camino para superar las secuelas físicas o mentales de la enfermedad. Quedan las heridas psicológicas, otra pandemia que brotará en los próximos meses, cuando el peligro físico haya pasado. El confinamiento, una vez más, los ha vuelto invisibles. En la calle, otros sectores sociales pedían más aforos, más horarios, más libertad de movimiento, más ayudas, menos restricciones y menos sermones. Dos mundos paralelos convivieron sin verse. Unos en la calle, sin dirigir la vista a las luces de las ventanas de las habitaciones de las residencias, y otros encerrados, con gritos que quedan entre cuatro paredes, sin contactos, sin besos ni abrazos, sólo calmados por el trabajo abnegado de un personal que aprendió a enfrentarse a la enfermedad a base de golpes. ¿Cómo será esta sociedad cuando todo haya pasado? ¿qué habremos aprendido de esta pandemia? Hace falta que las administraciones se dejan de palabras, de propósitos y de ideas para pasar a la acción. Son necesarias medidas urgentes para mejorar la atención y los cuidados de los mayores que ya no pueden valerse por sí mismos, que puedan elegir cómo quieren vivir, que no se les impongan organizaciones estancas, normas comunes. Nadie quiere pasar por eso. Los que ya no están dejan el vacío de un precipicio de vértigo, con familias sin duelos. Todavía no he escuchado una explicación objetiva, con datos, de por qué se tomaron decisiones tardías en esta pandemia. «Los inocentes ya están acostumbrados a pagar por los pecadores» (José Saramago).

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