Diario de León

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El rey de España, Felipe VI, tomó ayer una decisión privada de cortesía. Descolgó el teléfono y llamó al presidente del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), Carlos Lesmes, para decirle que le hubiera gustado estar en el acto de la nueva promoción de jueces que se celebró ayer en Barcelona. La interpretación de esta llamada echa más leña a un fuego cruzado, a esta guerra de desgaste, este pin pan pun cansino y grave entre políticos que saltan a la greña en los medios de comunicación y son incapaces de sentarse y llegar a acuerdos duraderos. El Gobierno no ha dado explicaciones de por qué tomó la decisión de excluir al rey de este acto, al que la institución falta por primera vez en más de veinte años. Muy mal. Una postura así requiere una aclaración inmediata. La ciudadanía ya es mayor de edad y el hartazgo no debe confundirse con indolencia. El silencio, al que Leonardo Da Vinci definió como un fortalecedor de la autoridad, ha encontrado una grieta más en el capítulo de desestabilización política y monárquica con barra libre para las interpretaciones.

Miembros del PP califican la decisión del Gobierno como «una humillación» y una «cesión al independentismo» y acusan al presidente del Gobierno de abrir una crisis institucional. Carlos Lesmes afeó al Ejecutivo haber tomado una decisión que «va más allá de lo protocolario». Por la mañana, la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, no aclaró los motivos de la decisión de esta ausencia «ajenas al rey y al Gobierno de España». Esta frase de Calvo es aún más desconcertante. ¿Entonces qué motivó la ausencia del rey? La Casa Real, ante la avalancha de críticas a Felipe VI al anunciar Lesmes que el rey le había dicho que le habría gustado estar en el acto, puntualizó que la llamada privada fue de «cortesía» para felicitar a los nuevos jueces, «sin consideraciones institucionales respecto del acto». Pero no lo ven así ni el vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, ni el ministro Alberto Garzón, de Unidas Podemos, que creen que el rey «maniobró contra el Gobierno democráticamente elegido». Una campaña de despropósitos y manipulaciones a las que condujo, sin duda, la pésima decisión del Gobierno no sólo de tomar una postura no esperada, sino hecha con nocturnidad, sin ninguna aclaración política. Desconozco si, por protocolo, el rey tiene que asistir siempre a ese acto. Lo que está claro es que una decisión del Gobierno no explicada en un país democrático conduce a la utilización política de un acto en un momento en el que las peticiones de independencia para Cataluña suenan ahora como una pesadilla pesada recurrente, plomiza, en una sociedad preocupada por salvar vidas.

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