Diario de León

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En democracia se acata la decisión de la mayoría y se respeta a las minorías. Así de simple y de complejo a la vez. Esa es la medida de una sociedad que vive en libertad y sin rencores, dentro de lo posible. En las primeras elecciones generales de la democracia en España en 1977 se votó en un clima de tensión política y crisis económica, con un ambiente preelectoral de mucho miedo, que la ciudadanía superó con decisión y confianza en las instituciones. Es sorprendente que desde hace unos años algunos políticos levanten más la voz para ensombrecer el resultado de la voluntad de la mayoría lanzando dudas sobre el sistema. Lo hemos visto con Donald Trump, que defendió una gran mentira que ha generado una desconfianza en el proceso electoral de 2020 y el asalto al Capitolio en 2021 en Estados Unidos, con una profunda división en la sociedad americana. Todavía hoy, el 70% de los republicanos que votaron a Trump en las elecciones creen que el demócrata Joe Biden ganó de forma fraudulenta.

En España, nunca antes como en los últimos años se han escuchado acusaciones tan gruesas a políticos demócratas dentro de la Cámara como «golpista», «fascista», «traidor» e «ilegítimo», un paso nunca dado hasta ahora para cuestionar lo que se ha ganado con las reglas democráticas. Un debate parlamentario empobrecido y rebajado hasta la altura del respeto que nos muestran algunos dirigentes, es decir, poco o nada. El último ejemplo lo vivimos el jueves. PSOE y PP se acusan mutuamente de «comprar votos» y «pucherazo». Ya lo dijo Descartes: «No podemos fiarnos ni de lo que nos dicen nuestros sentidos». La reforma laboral del Gobierno sale adelante por el voto en contra de dos diputados de Unión del Pueblo Navarro (UPN), que se saltaron la disciplina del partido, que había negociado con el PSOE su posición a favor de la reforma. Sin embargo, el movimiento no resultó como esperaba el PP por la equipovación de uno de sus diputados, Alberto Casero, que acabó dando su aprobación a la ley en contra de la postura de toda la bancada popular. Ni el martillo de Thor hubiera conseguido semejante equilibro de fuerzas. Pablo Casado califica de «pucherazo» la votación y la atribuye a un error telemático en plena era de desarrollo digital en la que confiamos a las máquinas el control de lo que somos y lo que tenemos. Todo es posible, pero no parece probable y es fácilmente comprobable. No es la primera vez que los diputados y diputadas pulsan el botón equivocado, pero nunca ese desliz y falta de atención, que debería ser analizado en clave interna en el partido, se interpretó como un fraude sólo porque el resultado no ha sido el esperado. La política es un arte que requiere tacto, diplomacia y habilidad. Por favor, más nivel y respeto por la ciudadanía.

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