Diario de León

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No entiendo las quejas, las dudas, las incredulidades, la obstinación por cuestionar lo que está pasando. No comprendo ciertas actitudes más propias de listillos prepotentes, como los que intentan colarse en la carnicería o no se les cae la cara de vergüenza por pedir favores a un conocido lejano con tal de pasar por delante de los demás. Para mí son los mismos que, por algún proceso de iluminación al que el resto de los mortales somos ajenos, deciden que ellos y sus familias son inmunes al virus, que se pueden saltar todas las normas porque están en la senda correcta, no como los demás, crédulos fáciles de engañar con cualquier fruslería. Y tampoco entiendo que, aceptando como necesarias todas las medidas de higiene y distanciamiento físico, se permita que los trenes, los metros, los autobuses y los aviones circulen estos días completos de aforo mientras se restringen en otras actividades económicas y sociales. La responsabilidad y la solidaridad exigen renuncias individuales, pero también colectivas. Forman parte de la educación que los padres y las madres dan a sus hijos en la infancia. Es un chute de enseñanza cívica entre cucharaditas de sopa caliente. «¡Esta por papá! ¡Esta por tío Juan!», me decía mi madre cuando me negaba a comer más. Y yo, que siempre fui de muy poco comer, hacía el esfuerzo de tragar el alimento que, lejos de pensar que me ayudaría a estar sana, lo asimilaba como un sacrificio para el bien de mis seres queridos. Pues ahora, igual.

Les confieso que no he perdido el miedo y vivo con horror la facilidad con la que algunas personas —afortunadamente una minoría— se saltan todas las recomendaciones sanitarias para evitar rebrotes de una pandemia que, por si cabe alguna duda, todavía no ha pasado. Y no sólo siento miedo por la salud, sino por la irresponsabilidad de que algunos comportamientos acaben asestando el golpe mortal a la economía de León y del resto de España. No. Llenar los bares y los restaurantes sin respetar las medidas higiénicas y la distancia de seguridad, abrir los locales de ocio nocturno saltándose el aforo máximo recomendado, reunirse con la familia sin medidas de precaución, la falta de seguridad en los trabajos, o que la juventud disfrute de su ocio como si nada de esto fuera con ellos, no es bueno ni para la salud ni para la economía. Es la estocada de muerte, echar piedras al propio tejado. Es destruir una sociedad que está viendo la luz al final del túnel mientras, sin darse cuenta, mete sus pies en arenas movedizas. Corremos el riesgo de caer rendidos remando en la orilla. Póngase la mascarilla. Respete el distanciamiento físico. Es lo que nos piden y es lo único que podemos hacer. Si algo falla, que no sea porque no hemos ido como en Fuenteovejuna. ¡Todos a una!

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