Diario de León

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¿Quién no miente? Habitualmente escucho discursos bien estructurados, contundentes, argumentados y expresados con tal seguridad que nadie dudaría de que lo que allí se explica es cierto. También estoy acostumbrada a escuchar argumentos inconexos, dubitativos de personas que no alcanzan a elegir la palabra adecuada para expresar todo el torbellino de realidad que llevan dentro, y que, precisamente por esa inseguridad en la utilización de sus frases no logran convencer a su interlocutor y dejan sembrada una duda. Sólo el mentiroso profesional sabe convertir una mentira en una realidad. Distinguir un argumento brillante de una mentira es un empeño al que deberíamos dedicar tiempo y reflexión. ¿Cómo distinguir quién miente y quién no?. Cuando acusamos a una persona de mentir le damos una connotación mucho más condenatoria e intencionada que cuando destacamos que en su argumento no dice la verdad. Mentir requiere de una intencionalidad pensada y elegida premeditadamente, a sabiendas de que lo que se dice es falso. No decir la verdad puede estar justificado en la ignorancia, en el desconocimiento de que lo que se está contando no se ajusta a la realidad. Hay un juego infantil muy esclarecedor que muestra a los menores la poca credibilidad que deben dar a los mensajes que llegan rebotados de boca en boca. Consiste en decir al oído de tu compañero el mensaje que recibes a su vez de otro que está al lado. El mensaje que llega al final de la fila de oyentes poco a nada tiene que ver con la primera frase que salió del grupo. Mentir no es lo mismo que no decir la verdad. La mentira siempre esconde una inseguridad que necesita de interlocutores correligionarios que no cuestionen lo que oyen. He presenciado discusiones en las que la persona que más grita, más interrumpe y siempre se queda por encima con la última palabra, la que argumenta mejor y tiene pocos escrúpulos en seguir adelante con su montaje deja siempre un poso de duda en la audiencia, a pesar de estar mintiendo. Siempre contamos nuestra interpretación de las cosas que pasan según nuestra educación, nuestra cultura, nuestras costumbres y nuestras experiencias pasadas. El premio Nobel de Literatura 1998, José Saramago, escribió. «Mentir es la peor de las cobardías». Y peor que la mentira son las medias verdades. Ocultar intencionadamente hechos, datos y argumentos que son de utilidad para otra persona también requiere de una intencionalidad maliciosa. El terreno abonado para estas prácticas tan tóxicas son las redes sociales, un espacio que se ha convertido en un coladero de mentiras argumentadas, medias verdades y retuits a un ritmo tan vertiginoso que la fábula del saco de plumas esparcidas es un cuento de niños comparado con los daños irreparables y las etiquetas que tanto proliferan para dividir a la humanidad.

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