Diario de León

Creado:

Actualizado:

Acabo de ver la serie  Salvar al rey  sobre los últimos años del reinado de Juan Carlos I. Me importa nada en absoluto escuchar las grabaciones con las conversaciones del monarca con la popular artista Bárbara Rey, un diálogo que me provoca más vergüenza ajena que interés, salvo el detalle de los juicios sobre algunos políticos. Lo único que me preocupa es si esos devaneos amorosos del emérito los hemos pagado todos los españoles. También es para mí una novedad que el rey emérito tuviera otra amante periodista y fotógrafa, Queca Campillo, ya fallecida, que en la serie relata en primera persona en unas grabaciones cuál fue su relación con el rey y cómo, al ser una persona de su entera confianza, le ayudaba como intermediaria con los medios de comunicación. O las declaraciones de la audaz Corina Larsen. Lo que más me sorprende es cómo, de nuevo, se silencia una de las aportaciones históricas más importantes del documental y que pese a su gravedad, permanece en un segundo plano, desdibujado por el cotilleo mediático de sus relaciones amorosas. Tres exagentes del Cesid dicen abiertamente, a cara descubierta y con sus nombres por delante, que Juan Carlos I fue el artífice del golpe del Estado del 23F ya aseguran que su aparición en la televisión esa misma noche, con un discurso tranquilizador que lo consolidó como el gran defensor de la democracia española, fue poco menos que el golpe de inteligencia perfecto para consolidar la Monarquía en España, en ese momento muy cuestionada. Y si estas declaraciones de algo que hasta ahora formaba parte de especulaciones de barra de bar, nunca pronunciadas con tanta claridad, no son motivo de una reacción inmediata para desclasificar los documentos del golpe de Estado es porque el gobierno y los jueces siguen sin querer dar luz a los acontecimientos más oscuros de la historia de la democracia española. Y esto se explica por la información ofrecida en la segunda parte del documental. La connivencia de diferentes gobiernos, de políticos y periodistas que ahora, después de todo los delitos que se han conocido del rey, salen en la serie relatando unos hechos que parece que conocieron y ocultaron. Llegan demasiado tarde.

La serie me ha causado más indignación que sorpresa, además de un profundo malestar. Hay hechos que se relatan en que revelan, más allá de este documento en concreto, lo fácil que es engañar y manejar las voluntades de las personas. Un sentimiento semejante al que se experimenta cuando, tras años de candidez, alguien te dice que los reyes son los padres y piensas ¡cómo he podido creerme esto!  Salvar al rey  llega tarde porque todo el mundo conoce los delitos del rey emérito, pero, abre un gran interrogante sobre el sucesor. Ese empeño en demostrar que Felipe VI es de conducta intachable huele a los argumentos utilizados antes para elogiar a su padre. Todo huele mal.

tracking