Diario de León

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La Villa Olímpica de Chuo Ward, en Tokio, muestra la cara más social de los Juegos Olímpicos. En la competición se cuelan desafíos que superan el ámbito deportivo. Tokio ha captado mi curiosidad desde el principio, a pesar de que hace tiempo que el deporte de competición dejó de ser interesante para mí por lo abultado de las cifras comerciales que lo manejan y que nada tiene que ver con mi natural apuesta por la práctica de ejercicio para la salud y el bienestar físico y mental. Los juegos han puesto un espejo al mundo para que vea reflejada su imagen sin complejos. Por fin esos músculos de perfección muestran su real naturaleza.

El coronavirus, que ha infectado en el último mes a 36 deportistas, según el Comité Olímpico Internacional, ha dejado fuera a grandes figuras deportivas como el español Jon Rahm, que no pudo participar en el torneo de golf al contagiarse por segunda vez pese a estar vacunado. Un caso que seguro estudia ya la ciencia.

Después llegaron el calor y la humedad, que dejaron K.O. a torres humanas entrenadas para soportar las condiciones más extremas. Las altas temperaturas en Tokio, Pekín y Seúl son un fenómeno que ya estudia Greenpeace dentro de los efectos del cambio climático. Las caras del tenista español Pablo Carreño y del ruso Daniil Medvedev mostraron al mundo el abatimiento y la postración ante otro músculo imbatible, el de la naturaleza encendida, la misma que tuvo el poder de sacar en silla de ruedas a la tenista Paula Badosa.

En estos Juegos Olímpicos se han colado también sentimientos tan humanos y comunes como el estrés y la ansiedad, y un problema importante en la sociedad actual, la salud mental. Al menos nunca antes habían tenido tanta repercusión mediática. La gimnasta Simone Biles fue la primera en hacer caer la creencia de que los grandes no sucumben a la presión.

Que el deporte se queda sin fondo de armario es otra evidencia mostrada en una imagen icónica de estos juegos, la del medallista olímpico Tom Daley tejiendo mientras observaba los saltos de trampolín femenino. No se puede lanzar un mensaje más potente sin palabrería barata. Además, las piezas que teje las vende para recaudar fondos para la lucha contra los tumores cerebrales. Otro mensaje de calado social.

La multiculturalidad y la diversidad del mundo quedan reflejadas en el medallero y en el caso de España con los españoles Ray Zapata y Ana Peleteiro, que se colocan en los peldaños más altos del podio. Y el gran drama humanitario del exilio tiene otro nombre propio en estos juegos, Krystsina Tsimanouskaya, la velocista bielorrusa que se ha exiliado a Polonia tras regresar de los juegos.

Lejos de mi natural interés, sigo atenta a la Villa Olímpica.

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