Diario de León

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En estos días no se me quita de la cabeza la imagen del violinista del Titanic, el único que, según la leyenda, resistió con un trabajo profesional hasta el final dentro de ese coloso vendido como insumergible pero hundido por un iceberg que pocos vieron y a cuyas consecuencias llegaron demasiado tarde. Faltó previsión, liderazgo y comunicación y sobró protagonismo y exhibicionismo. ¿Les suena de algo esta película en estos últimos días?. En realidad todas las grandes catástrofes tienen en común estos factores. En estos momentos me gustaría ser como uno de los violinistas del Titanic. No quiero equivocarme al colocar los dedos en las cuerdas, para que suenen los sostenidos y los bemoles donde corresponde. Quiero pertenecer a esa orquesta que interpreta una buena partitura con la esperanza de que, como en las nuevas plataformas digitales, pueda cambiar el final de la película y que todas las personas, independientemente de la clase en la que viajan, se salvan. En mi cabeza reescribo un guion en el que aparece el dueño de una naviera que evita dar instrucciones al capitán de barco para que supere la velocidad de crucero en una travesía que se anticipa larga y fría, con un gran iceberg al acecho.

En este nuevo cuadernillo interpreto que todas las personas responsables del buque hacen bien el trabajo que les corresponde, que el barco parte suficientemente dotado con botes salvavidas, esas UCIs flotantes, destinados no sólo para la mitad del pasaje. El exceso de confianza les hizo minimizar los riesgos y a la hora de la gran catástrofe, no esperada, quedó patente la selección de los destinatarios de los recursos, última esperanza para salvar la vida. Dicen los libros de historia que el operador al mando del puente no escuchó las alertas de otros barcos que navegaban en esas mismas aguas repletas de icebergs. En mi nueva sinopsis aparecen ya corregidos los errores que se cometieron en la historia real y el buque insignia de la marina en aquel momento, como cual sistema sanitario bien dimensionado, tiene al frente a los mejores responsables que colaboran para llevar el barco a buen puerto. A lo lejos, el ruido de las olas del mar se mezcla con las voces, que el viento me trae cada vez más cerca. Ahora me susurran al oído, pero, de pronto, gritan. Las escucho con más nitidez. Abro los ojos y tardo en reaccionar porque me he quedado traspuesta leyendo esta frase del Quijote: «La razón de la sinrazón que a mi razón se hace...». Ahora oigo a Pedro Sánchez e Isabel Díaz Ayuso con más claridad. También distingo las voces de algún vicepresidente, diputados y otros políticos más o menos conocidos. ¿Estoy en el Titanic?. Me asomo a la ventana y me parece que faltan botes salvavidas.

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