Diario de León

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Cómo rechinaron las cazuelas por el centro de León el otro día, ¿eh? Y qué majestuoso colorido, ese tan cálido y de tela que decoró las balconadas después del Iniestazo. Algunos estarán orgullosos del éxito de la movilización, en presunta protesta contra la mala gestión del Gobierno y ante el impuesto retraso que la Junta ha estimado necesario para pasar de fase. Otros se habrán tenido que tragar, y atragantar con la bilis de ver tanto teatro patriótico, maldiciendo al Paco caído y a su estela radical. «Si ya nos habíamos librado de él...», pensaron ingenuos... El descontento político no es nuevo —Vox no nació ayer—, pero cabe aclarar que no todo es cuestión de ideología, por mucha polarización pos-Covid que estemos presenciando con pijos madrileños o perro flautas de Barna.

El mismo domingo de la manifestación tuve el privilegio de conversar con uno de los subdirectores de El País. El periodista leonés Carlos de Vega apuntaba con lucidez cómo al principio de la pandemia el consenso parecía probable y, conforme se ha ido avanzando en materia sanitaria y de libertades, todo quedó despedazado. La ruptura ha sacudido hasta el acuerdo de Castilla y León, única región del mapa nacional en la que el tono del debate ha sido el oportuno y los dirigentes han demostrado que a la prioridad de cooperar trasciende a los bandos —aspecto ejemplar que apenas ha tenido reconocimiento en los medios—. Y conforme nuestros queridos parlamentarios se distanciaban, la crispación, los menosprecios y la radicalización del enfrentamiento se hacían más notable.

¿Hasta qué punto se ha extrapolado el desacuerdo del Congreso a las calles? ¿Es responsable, como ciudadano, asistir a una marcha multitudinaria que reúne todas las condiciones para convertirse en una bomba biológica de coronavirus? ¿Qué deben hacer las autoridades al respecto? Interrogantes que, por ausencia de potestad, no puedo responder. Pero sí plantear. Porque lo que más preocupa, a estas alturas del thriller, es la radicalización de la gente. Si algunos ya andan a voces, imagínense qué podría suceder si la situación empeora severamente. Cuando el hambre empuje al odio o al delito o al crimen; cuando el facha se congregue en manada para aleccionar al comunista, y viceversa; cuando los extremos entierren al diálogo en un bucle de terquería infinita... Bienvenidos a la época iconoclasta —por ofrecer una lectura idealista— como cantaban Los Delinquentes. «Rechazar la autoridad de las normas y los modelos», saltarse las reglas y proclamar la revolución. Igual así convencemos al vecino para que, en vez de darnos de hostias entre nosotros, vayamos a saquear la carrera de San Jerónimo y los bolsillos abundantes de los que se pasean por allí. Optimismo, pesimismo, idealismo... Usted verá, con su actitud, cómo va a comportarse en sociedad.

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