Diario de León

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Desde el mismo instante en que nos dijimos aquel adiós sin palabras, este mundo, apenas amamantado con la leche agria de sus caciques, ha caído en desgracia cual perdedor de película hollywoodiense al que es mejor que aniquilen los malos para no extender en demasía sus agónicas andanzas. Marte nos escupe en las horas más cercanas y, cuando no, observa relamiéndose cómo un virus incierto siembra el caos en nuestro jardín. Guardo en el cajón, donde amontono los recuerdos, nuestros cuerpos sudados y cercanos al escalofrío en todas esas tardes-café. Miro tras el cristal cómo emergen catedrales vacías recortando un cielo impropio, un cielo que ha dejado de cobijarnos, que se lamenta de todo el daño que le hicimos y nos castiga con indiferencia y ruidos huecos. Bajo esta línea fatal en la que se agolpan planetas y conspiraciones, surge el dolor, la desgracia de una sociedad que jamás estuvo preparada para la solidaridad y mucho menos para el amor. A penas encuentro ternura y compasión en los ojos que asoman entre las mascarillas, a penas gestos solidarios, salvo aquellos intrascendentes que encajan bien en un vídeo inmediato de corto recorrido televisivo. Y vuelvo a ti, a querer dormir, y no consigo olvidar esta realidad, este ser cómplice con el silencio de un universo humillado hasta la casi extinción; pero bajo mi almohada aún estás tú, afortunadamente para regalarme otro de aquellos besos que me hacían tiritar el alma, apretando tu corazón malherido contra el mío, cansado de la lucha. Y entonces duermo sin trampas, soñándote de nuevo en nuestra oscuridad. Y aunque la mañana me devuelva otra vez a sus garras, al menos cuento con la esperanza de hallarte de nuevo, y solos y sin ruidos, volver a ser uno lejos de las miserias y la crueldad artificial de una sociedad tóxica e inoperante que nunca ha llegado a entender que todo aquello que impregna esta tierra de ese alquitrán tan viscoso y letal desaparecerá simplemente con más amor. Ahora que las calles vacías de humanidad son simplemente muertos por los que transitar, ahora que nuestros perversos dirigentes nos conducen sin piedad a la máquina de triturar, ahora que los gritos rebeldes del pasado mueren ahogados en sí mismos, ahora que no podemos esperar a la esperanza... Deja que me entrelace a tu mano. Yo os maldigo generales, intrusos de la humanidad... Fuisteis mezquinos para silenciar a Víctor Jara y a Lorca, y crueles enterrando cualquier grito anónimo para la libertad. Sólo supisteis derrotar a los más débiles porque en ellos ni la protesta ocupa lugar. Os desprecio, siervos del astuto metal, por llenar de cristales los ojos de esta muchedumbre enferma y descarnada. Como diría Tino Casal, sois víctimas insignificantes del desamor. Y recordad siempre que el verdadero amor nunca muere.... Ni mata.

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