Diario de León

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Entró una llamada a la redacción, a esas horas intempestivas en las que el silencio es el mejor aliado del trabajador y no hay ni un alma con quien compartir palabra. Una mujer, resentida e indignada, sonaba con voz triste al otro lado del teléfono. La impotencia se descubría en el fondo de sus cuerdas vocales.

Lo que quería denunciar es que el servicio de transporte escolar que lleva a los alumnos al instituto del pueblo más habitado de su zona no ‘puede’ ir a recoger a su hijo. Ni el taxi ni el minibús ‘quieren’ desplazarse para llevar a un bachiller a su centro. La madre, obcecada en cambiar lo que considera una tremenda injusticia, llamó a la consejería de Educación para contarles el caso. «Señora, no se trata de Educación Secundaria Obligatoria así que su chaval tiene que apañárselas para acudir a clase», le contestaron. Más le dolió escuchar la respuesta cuando ella sabe que a 1,7 kilómetros —tres minutos en coche— hay un estudiante de la misma edad que el suyo y al que sí pasan a buscar... En una segunda intentona, quiso argumentar tal diferencia de trato ante el servicio que se encarga del transporte, para que comprendieran que no hay razón coherente para actuar de tal modo. «Lo sentimos, no tenemos tiempo para hablar con usted». Todavía nerviosa e inundada por la angustia, en el relato telefónico de su experiencia sacó fuerzas para arrojar una granada de mano contra los que dicen defender la vida en los pueblos. «Luego quieren que la gente joven vuelva a las zonas rurales, y a los que están aquí los tienen desatendidos».

Tiene que ser doloroso sufrir la discriminación en un servicio tan básico y no poder ayudar a un hijo. Por otro lado, hay otros muchos que sí pueden disfrutarlo. Pero si los enchufes llegan hasta Puente Almuhey, la reveladora frase que ha rescatado el coronavirus y declara que «la esperanza está en el campo» se va a quedar tirada en la cuneta, tan tirada como este joven en Carrizal. De quienes depende la España Vaciada se pasan la vida prometiendo que no dejarán a nadie en el olvido mientras allí los grillos van enmudeciendo, el sol se va apagando cada día un poco antes y la luz de ese mundo suyo se ubica algo más cerca del cementerio y más lejos de improbables repoblaciones. El Covid-19 no durará siempre y aunque el verano haya dibujado una estampa nostálgica más típica de décadas anteriores, el crudo invierno no tendrá miramientos y escupirá a la gente a las ciudades, dejando en la aldea a los de siempre: los que se quedan. Son ellos quienes han de bregar por la propia vida, y no la Junta ni el Estado ni la Diputación. Es esta madre, que llamó desesperada, la que tendrá que doblar el lomo para comprarse un coche y llevar a su hijo al instituto. Porque como espere al minibús... No llegará a verlo o el transporte escolar acabará llevando a un jubilado.

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