Diario de León

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Quién no se ha sentido identificado con el payaso loco del cine que adolece la pérdida de humanidad imponiendo la revolución como anestesia eterna... Cuánto sufrimiento puede padecer quien es ignorado durante toda su vida, quien siente el rechazo y el desprecio de la sociedad, y nota cómo, día tras día, el sistema le abofetea, le aplasta y entierra sus ilusiones de fabricar, con su sonrisa de la muerte, un mundo mejor. El umbral de dolor lo ilustra una frase, maquiavélica y más digna de un epitafio que de un zombie viviente. «No imagino que mi muerte me provoque más dolor que mi vida». Tanto sufría que decidió romper con las normas, con el establishment, con el silencio de su existencia, con el dolor... ¿Se imaginan matar en directo a un presentador? Escalofriante. Parecido a las imágenes que hemos visto por televisión los últimos ocho días.  

Sigo sin comprender por qué el pueblo ejerce, gustosamente, de títere de unos políticos que han obrado mal desde el principio. Menos aún cuando los verdaderos agita conciencias se acuestan tranquilos en Suiza, mientras sus secuaces se encargan de crear el caos y combatir la repressió lanzando piedras, rodamientos, ácido, cócteles molotov y pirotecnia a los antidisturbios. De los más de 600 heridos, trece siguen hospitalizados. El más grave, el agente de la Nacional cuyo casco fue penetrado por un «objeto contundente». Y cuatro personas han perdido un ojo por lesiones «compatibles con un impacto de pelotas de goma». Ojo por ojo y al final todos ciegos. La violencia ha superado sus límites. No actúan bien los radicales violentos, pero tampoco los agentes que reparten palos a diestro y siniestro o que conducen un furgón policial como kamikazes contra civiles que se están manifestando. Aún así, muchos agentes han sido víctimas del terror, porque han podido comprobar, a pie de guerra, cómo el Gobierno se veía superado una vez más por la situación. Con lo fácil que hubiera sido dejarles votar en 2012 y acabar de una vez por todas con su necedad, Mariano...  

Siete años después la herida sigue abierta: cada vez es más grande, más profunda; y la enfermedad más endémica. El odio sólo genera más odio. Y el único discurso que se puede hacer frente a tales niveles de insensatez es el que reivindica el Joker. La humanidad, la empatía. Ponerse en el lugar del otro no puede ser tan difícil. Yo lo he intentado. Me he puesto en el pellejo de una amiga leonesa que desde el lunes ha ido a todas las movilizaciones; en la tensión que tiene que vivir un policía que siente el peligro en la nuca pero está obligado a mantener el orden; en el del catalanista más cerrado y obcecado en su independencia; en el de compañeros periodistas que nunca desempeñaron su profesión con tal oficio y cariño... Y tragar con toda esa vorágine me produce el más crudo llanto de la vida.

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