Diario de León

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Pues ha tenido que venir Pablo Iglesias a concluir, o mejor dicho, a recordar, que sí, que la política ni pincha ni corta en este país, que son los poderes fácticos los que controlan el chiringuito. Qué lástima que sea el vicepresidente del «social comunismo» quien emita tales afirmaciones, y no alguien más de centro, o directamente de derecha, para aportar credibilidad a sus pensamientos. Entre que le gritan y no «que baje la luz» en un majestuoso Paseo del Prado vestido de nieve, el ciudadano que vota cada cuatro años pensará: ‘Pero este tío, ¿de qué va?’. Da igual que vote blanco, negro o gris. ¿De qué sirve que haya un Gobierno de coalición si luego «las patronales inmobiliarias presionan y a veces convencen al Ministerio de Economía»? Un paso más allá, ¿de qué sirve que haya un Gobierno? Que se ceda el poder a las empresas y listo, que así al menos el tributar no duele tanto y el ahorro en sueldos de dignatarios políticos sería significativo, hasta se podría aprovechar para blindar la sanidad, las pensiones, la educación... Sólo quitando al de Podemos, a Sánchez, Casado, Arrimadas, Abascal y Rufián saldrían 566.139 euros, más de medio millón para gasto público. Echen cuentas si la resta incluyera a los 344 diputados sobrantes.

Tras un año dirigiendo España mano a mano con Pedro Sánchez, Iglesias apostó por el mismo look que en el debate electoral de abril de 2019, como si nada hubiera cambiado: llevando encima ese jersey negro asociado al republicanismo, y a cuestas cierto victimismo argumentado sobre su ajustada importancia numérica en el Congreso. De cada una de sus respuestas rechinaba la impotencia que esa minoría les debe generar a la hora de llegar a acuerdos con sus compañeros del PSOE. Pero el tono fue más maduro que nunca, porque parece que la poltrona y los pasillos del Palacio de las Cortes le han conferido una mansedad digna del que perdió la esperanza de combatir las injusticias. La izquierda se enteró el domingo noche en La Sexta de que «en política no te puedes fiar de nadie». Quienes abanderan hoy esa ideología son incapaces de ponerse de acuerdo, sea por presiones externas o por incongruencia de intereses. Consecuentemente, ese que les votó, pensará que le están tomando el pelo. Y, por supuesto es una «tomadura de pelo indecente» que el precio de la luz suba de la noche a la mañana un 27% y que se hayan olvidado de esta factura, de bajar su IVA y de los vecinos de la Cañada Real —primer puesto en Europa en dejadez institucional, cortesía de la Comunidad de Madrid—, entre otros muchos asuntos públicos que requieren la máxima urgencia social.

Ni Fargo, ni Stranger Things, ni Juego de Tronos, ni Gambito de Dama. Fue Pablito de Vallecas, tronco, quien proyectó un 2021 meteorítico de inmovilismo improductivo del que él será cómplice, y los españoles, víctimas directas.

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